Hace años que el centro de Asunción se está muriendo.
A los jóvenes menores de 21 años hay que explicarles, con fotos y algún video, cómo eran las “palmeadas”, gloriosas jornadas que los asuncenos protagonizaban los sábados saliendo a pasear, de punta en blanco, por la calle Palma que brillaba con sus comercios atiborrados de novedades, puestos de aloja o de chucherías varias ofertadas a precio de ganga. La gente iba y venía –para envidia de su semi desierta vecina Estrella- escuchando polcas y guaranias a veces interpretadas en vivo, o algún boleracho de moda que sonaba desde los parlantes exteriores de casa Viladesau. Eso sin contar el 21 de setiembre, que era cuando los muchachos metían mano entre la multitud de jovencitas luciendo sus minifaldas Courreges o sus vaqueros ajustados, movida que no pocas veces terminaba con la policía interviniendo para poner fin a excesos…
Todo eso se acabó. Ahora el ruido está en los grandes shoppings, esas catedrales del consumo que buscaron en la periferia asuncena un medioambiente más verde y amable.
En el centro histórico de Asunción quedaron, por ejemplo, los cuidacoches, un subproducto urbano que está contribuyendo a darle el tiro de gracia. Años atrás, eran esas personas amables que se ofrecían para echarle una miradita al auto y mientras su propietario iba a lo suyo le daban un repasito al parabrisas aceptando, al final, lo que le ofrecían.
Eso es historia. Ahora el cuidacoches es el propietario del pedazo de calle bajo su cacicazgo. Es mejor no intentar estacionar allí sin la autorización de ese verdadero “watch dog” armado de un palo limpiador que muy bien puede convertirse en garrote. La “tarifa” es más alta que la de un parking cerrado. Y si alguien quiere hacerse el prepotente –es decir, ejercer su derecho a estacionar libremente en un espacio público no tarifado- puede que encuentre a la vuelta el auto rayado, sin algún espejo o algo peor. El cuidacoches lo estará mirando desde lejos, riéndose del furioso ciudadano atropellado inicuamente en sus derechos.
La categoría “cuidacoches” no existe como trabajo. Es un servicio innecesario y no solicitado. Su presencia no garantiza nada, salvo atropello y extorsión. Pero como todos “van prendidos”, la plaga se consolida y expande, contribuyendo a matar a un microcentro moribundo.