El presidente de la Cámara de Diputados determinó que “no es el momento” para examinar el reglamento interno que la cámara ha establecido para casar la investidura de un miembro parlamentario, es decir, reunir los dos tercios del quorum. Suena razonable. Casar la representación de un diputado electo por el pueblo con sólo mayoría simple abriría una caja de Pandora, teniendo en cuenta que el Congreso es hoy una especie de club de la pelea en donde cualquiera puede ser golpeado por cualquier razón. Y esta no es una cuestión menor.
Vemos con demasiada frecuencia cómo el tratamiento de un proyecto de ley puede arrancar con una fundamentación aparentemente sólida, pero que por el camino degenera en una sucesión de ataques personales durante los cuales hay pases de facturas, carpetazos con antecedentes sucios y, finalmente, insultos a granel. El resultado es una fenomenal pérdida de valioso tiempo legislativo que no es precisamente barato si tenemos en cuenta que mantener el plantel de legisladores y la horda de funcionarios innecesarios le cuesta al tesoro público más de Gs. 530.000 millones al año, sin aumentos. Quien sea capaz de digerir una sesión completa de cualquiera de las cámaras terminará el día preguntándose de dónde demonios salieron muchos de quienes asientan sus posaderas en los curules del Senado y de Diputados.
No caeremos en el facilismo de exigir que los honorables miembros parlamentarios guarden compostura, eviten los agravios y sean modelo de comportamiento social, al menos, si coincidimos con el romano Publio Terencio cuando confiesa que, siendo hombre, nada de lo humano le es ajeno. Pero sí es esperable que los desbarranques verbales sean proporcionales a la importancia del tema tratado y dejen, al final, algún resultado a evaluar.
El debate sobre la calidad de la representación popular no está dentro del Congreso sino en las organizaciones de intermediación, es decir, los partidos políticos, los movimientos y los ciudadanos auto convocados. Nos debemos, como Nación y como República, un debate de fondo sobre a quiénes confiar la misión de representar legítimamente al pueblo y no a cacicazgos jurásicos o, peor aún, responder al crimen organizado y a la corrupción.
El Congreso debe dejar de ser refugio de ex convictos, charlatanes de ferias y burros redomados.
Podemos esperar algo mejor.