Por Cristian Nielsen
La costumbre se fue con el siglo que le dio origen. Como la Academia nunca le otorgó al verbo la acepción que los paraguayos hemos conseguido darle con el tiempo, en este espacio, arbitrariamente, lo hemos hecho. Así que, ahí va:
V.tr.: “Palmear: Entretenimiento sabatino de los asuncenos que consistía en caminar, preferentemente en compañía, por la calle Palma con ánimo festivo, de esparcimiento o socialización”.
Por entonces, el centro neurálgico se concentraba en no más de 250 manzanas y la calle Palma, aunque nominalmente terminaba en Independencia Nacional, la práctica ciudadana la extendía hasta México para incluir algunos puntos de interés que de otra manera habrían quedado fuera de alcance.
SABADO FESTIVO
Aunque hoy eso resulte incomprensible, hubo una época en que el “sábado inglés” se cumplía a rajatabla. Consistía en cerrar todos los comercios después del mediodía. Esto limitaba notablemente la duración de la palmeada aunque no la desestimulaba.
En épocas en que los peajeros, descuidistas y motochorros no existían, caminar por el centro de Asunción era un entretenimiento agradable aunque un tanto limitado por las angostas veredas a menudo copadas por todo tipo de vendedores.
Este contratiempo se fue salvando cuando la municipalidad decidió volver peatonal la calle los sábados por la mañana, en especial cuando iban aproximándose la fiestas de fin de año o la super palmeada del día de la primavera.
Las atracciones eran sencillas y no demasiado caras. Los jóvenes, la mayoría presa de un robusto sogué, llegaban caminando desde los barrios periféricos ya que las líneas de transporte colectivo no eran demasiado abundantes, en especial las décadas de los 60 y 70. Las líneas 4, 11 y algunas más conectaban los barrios más “retirados”, es decir, Tacumbú, Obrero, San Vicente, Ciudad Nueva o Tembetary.
Desde Villa Morra, el transporte estaba resuelto por el tranvía que arrancaba desde Boggiani y transitaba Palma señorialmente para volver en dirección contraria por Estrella.
SETIEMBRE CALIENTE
Las palmeadas del 21 de setiembre, con la entrada del equinoccio de primavera, se volvían más animadas, a veces turbulentas y en ocasiones hasta un tanto violentas obligando a la policía a interponerse y frenar los ánimos más exaltados.
Las causas podían ser muchas, pero hacia mediados de los ’60, ocurrió un fenómeno determinante de ciertas conductas. En 1965, la diseñadora británica Mary Quant sorprendió al mundo con un invento cuya autoría le disputaría de inmediato el francés André Courreges: la minifalda.
El primer desfile de minifalderas se realizó en Nueva York bajo el título “Youthquake” (o terremoto juvenil). Mejor definición, imposible. A partir de allí, la escueta vestimenta empezó a mostrar mucho más de la anatomía femenina de lo que la sociedad pacata y represiva de entonces estaba dispuesta a tolerar. Incluso en el Paraguay.
Las “chiroleras”, derivadas de la nueva tenida, provocaban verdaderos motines en la población masculina y la calle Palma fue escenario bastante frecuente de estos efectos no deseados de la nueva moda.
Con el tiempo, al simple desfile de ida y vuelta fueron sumándose festivales primero de música folklórica para entrar luego en escena los grupos pop al estilo Hobbies, Jockers, etc. En Palma habitaban, además, las “casas de discos”, empezando por Viladesau –ya sobre Mariscal Estigarribia- y concluyendo en Music Hall en donde podían encontrarse las ultimas novedades en simples o larga duración, los famosos “long play”.
¿COMER O COMPRAR?
La tradición ofrecía en la calle la variedad de comidas rapidas típicas de la cocina paraguaya. Chipa, empanadas, luego los panchos, sándwiches y todo tipo de especialidades culinarias del folklore gastronómico. También era posible acometer algo más serio y formal. Entonces estaba la opción del Lido Bar y su caldo de pescado, sus milanesas con papas fritas o empanadas chilenas. La confitería Vertúa ofrecía una amplia variedad de especialidades dulces y bebidas finas.
Y si dejábamos la comida para casa, siempre era posible fisgonear en la Ferretería Americana, Rius&Jorba, Pérez Ramírez, Kube y otros comercios de ese calibre que, dadas las 12 campanadas del mediodía desde la Catedral Metropolitana, las puertas se cerraban indefectiblemente.
La palmeada se disolvía después de la 1 de la tarde, cuando el sol empezaba a apretar y los pocos ómnibus que aún circulaban daban la última ocasión de volver a casa.