Entre risas hacemos la pregunta: “¿pero a qué costo?”, ahora seriamente deberíamos plantearnos lo mismo, ya que 2021 y 2020 nos dejan con deudas, no sólo nuestras, sino del Gobierno.
Hasta ahora por más que sume, reste y multiplique, no veo que se hizo con un préstamo multimillonario, cuando hasta nos vacunamos, en un mayor porcentaje, por donaciones de países a los cuales les habremos dado algo de lástima. Si bien alguna inversión en salud tuvimos, como camas de terapia intensiva, arreglos de infraestructura, nuevos pabellones; todavía tenemos hospitales que caen a pedazos en el país, o reclamos salariales del personal de salud.
Otro tema preocupante es la educación, donde con aulas sin clases debido a la pandemia, era el momento de aprovechar y arreglar la infraestructura paupérrima, hasta inexistente en algunos lugares, pero no, los chicos volverán a dar clases “bajo el mango” en muchas instituciones públicas. Sin olvidar que la pandemia nos refregó la desigualdad en conectividad, en educación desde las casas, cuando familias contaban con un celular para “las clases virtuales” con tres o cuatro hermanos que debían darlas al mismo tiempo. O profesores que se quedaron en el tiempo, que no querían conectarse a un zoom y preferían mandar las lecciones por WhatsApp. La educación pública de hoy quedó con nueve años de retraso comparada a la educación privada del país.
Y hay que mencionar las aperturas del 2021, con hábitos que habíamos adquirido y que fuimos dejando, el 2022 podría traernos una nueva ola Covid, con un sistema de salud que sigue sin estar preparado y un Gobierno que demostró no estarlo.
Y vamos camino a la renegociación de Itaipu, recemos para que no vendan al país.
2022, ojalá a un mejor costo que el de estos dos años anteriores.