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Y después, todos al Lido Bar…

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Hay que cargar unos cuantos años encima para recordar aquel aviso escueto e invitante. En la era de oro del cine, todos sabíamos que antes de la película iban a aburrirnos con una tanda publicitaria. Personalmente, recuerdo el pintoresco key-li, o danza escocesa que bailaban, al son de las gaitas, las talladas copas de Johnny Walker. O el deslumbrante color azul marino de crema Nivea. Hay que ubicarse en una época en que no había televisión así que el bombardeo de imágenes en deslumbrantes colores era envolvente y mágico. 

Y al final de la serie entraba toscamente en pantalla un slide con aquel “Y después, todos al Lido Bar…”. No sé si fue casualidad o alguna genialidad marketinera, pero todos sabíamos que después del aviso del Lido, venía la película. Una grata asociación de ideas. Ese después podía ser una sopa de surubí, o un bife a caballo con huevo y, por qué no, un budín de pan con mucha salsa de caramelo.

No sé si aquella publicidad tan sencilla como eficaz sigue vigente. Lo que sí es cierto y definitivo es la esquina de Palma y Chile, con el Panteón  de los Héroes enfrente, está cerrando sus puertas y mudándose a otra parte.

No es solo el cierre de un bar. Es la desaparición de un testigo privilegiado de gran parte de la historia contemporánea.

LOS AGITADOS ’50 – La aparición en escena del Lido Bar se produjo el 26 de julio de 1953. Dos acontecimientos políticos, uno lejano y otro cercano, acompañarían su nacimiento. Ese mismo día, mes y año, Fidel Castro encabezaba el fracasado asalto a un cuartel del ejército de Fulgencio Batista en Santiago de Cuba, revés que tras la revolución de 1959, los castristas se encargarían de convertir en heroico triunfo. 

Un año más tarde, el 15 de agosto de 1954, Alfredo Stroessner llegaba al poder inaugurando su larga dictadura de 34 años que sin embargo el régimen presentaba como “democracia sin comunismo”. 

Sin duda, los fundadores del Lido Bar tomaron el nombre del Lidó de París, un cabaret ubicado en la emblemática avenida Champs Elysees que había abierto sus puertas siete años antes. 

Enrique y Elizabeth Schulz, dos inmigrantes alemanes, decidieron ubicarse en la planta baja del entonces flamante edificio ubicado en Palma y Chile y que hacía esquina con el ministerio de Hacienda, el Panteón de los Héroes y un antiguo edificio que caería bajo la piqueta para dar paso a un banco extranjero.

ANTES DEL EDICTO – El Lido Bar siempre fue uno de los refugios de la nocturnidad asuncena dado que nunca cerraba sus puertas. Era el sitio ideal para algún yorador post farra o, si se había trabajado hasta altas horas de la madrugada, para reponer fuerzas con un poderoso caldo de pescado, un villeroy de pollo, milanesa napolitana o cualquiera de las exquisiteces salidas de una cocina que activaba las 24 horas del día y “también de la noche” como acostumbraban chacotear los trasnochadores rutinarios.

Pero el Lido no era solo noche. Durante el día, las escalas técnicas para tomar algún tentempié al paso podía complementarse al mediodía con sus platos de batalla: bife a caballo con cebolla y huevo, milanesa napolitana, ñoquis con estofado y las inmortales papas fritas a la provenzal a las que nadie, en su sano juicio, osaría resistirse. Eso, y los pastelitos de jamón y queso, de choclo y de pollo podían cerrar una sentada que cada uno podía ajustar a las realidades de su bolsillo.

Pero fue un 19 de enero de 1978 cuando la pax asuncena fue quebrada con el Edicto Policial N° 3 que obligaba a todos los locales nocturnos a cerrar sus puertas a partir de la 01.00 hs. Aunque el Lido pareció disfrutar por un tiempo de alguna franquicia, la parálisis obligatoria lo alcanzó finalmente debiendo silenciar sus cocinas hasta las primeras horas de la mañana.

ESCENARIO HISTORICO – Se podría decir que el Lido Bar estuvo desde sus inicios en el kilómetro cero de los acontecimientos, además del cero geográfico simbolizado por el Oratorio de la Virgen. De sus alrededores fue llevado a rastras por la policía política del régimen estronista el profesor Luis Alfonso Resck. Allí se debatió en medio de garrotazos y puntapiés Domingo Laíno, en los días en que los acólitos de Ramón Aquino moderaban a alambre trenzado y tejuruguay las manifestaciones y el debate público. En 1986, allí se congregaban médicos y enfermeras del Hospital de Clínicas reclamando mejoras salariales, recibiendo como respuesta una feroz represión a cargo de las “hienas de Investigaciones”, la policía política que tenía su guarida a menos de 150 metros de allí. 

Y en ese sitio se daría cita espontánea la ciudadanía en los albores del 3 de febrero de 1989, celebrando la caída del régimen y la inauguración de la esperanza que se abría después de una larga noche de opresión.

El Lido fue, como en tantas otras encrucijadas de la historia contemporánea, un testigo privilegiado. A donde quiera que vaya a refugiarse, se llevará consigo toda esa historia.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.