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Viejas enfermedades, nuevos remedios

Cristian Nielsen

En 1956, un grupo de países del primer mundo se reunió en París para organizar sus cuentas a cobrar negociando con sus deudores. Desde entonces se los conoce como el Club de París, poseedor del 30% de los papeles de deuda del tercer mundo. En su primera sesión realizada en 1956, uno de los “clientes” era Argentina, que debía unos US$ 700 millones y estaba a punto de “difoltear” (adaptación criolla del inglés default, incumplimiento) su deuda. Arreglaron las cosas, pero las comparecencias por motivos similares se repitieron en 1962, 1965, 1985, 1987, 1989, 1991, 1992, 2001 y 2008. Ahora, Argentina vuelve a sentarse ante sus acreedores reunidos en París, quince días antes de caer nuevamente en el incumplimiento, esta vez, de un pago mínimo US$ 9.700 millones.

¿Qué pasó, no aprendieron nada en todo ese tiempo?

VIEJAS CUESTIONES

Los análisis, diagnósticos y recomendaciones sobre cómo conducir un país son algo permanente, en todas partes. Dan trabajo a muchos profesionales que invierten miles de horas de trabajo para emitirlos con la esperanza de que algún gobierno utilice con provecho sus recomendaciones.

Pero una cosa es decir y otra muy diferente, hacer.

Por ejemplo, en 1971 el doctor Henry Ceuppens, un economista nacido en Bélgica pero radicado en el Paraguay desde 1948, publicó un libro titulado “Paraguay año 2000”, lo que para entonces era una audacia. El libro intentó mantenerse en un tono objetivo, respondiendo al principio enunciado en su prólogo recurriendo a Paul Samuelson, uno de los grandes gurúes de la economía. “El primer deber de un economista -sentenciaba Samuelson- consiste en describir correctamente la realidad y aunque la explicación no sea profunda, vale mil veces más que una explicación brillante de hechos inexistentes”.

Los hechos citados por Ceuppens eran simples y directos. “El Paraguay -decía- es una de las pocas excepciones que confirma la regla que habla de reducir drásticamente el aumento poblacional en el mundo”. Por entonces -años ’70- preocupaba mucho el estallido demográfico, incluyendo América Latina. Ceuppens recomendaba, en cambio, que el país necesitaba un aumento sensible de la población pero acompañada de un crecimiento económico mínimo de 9% anual, es decir, casi “tasas chinas”. El tiempo estuvo a punto de darle la razón a Ceuppens.

En 1971 la tasa de crecimiento demográfico del Paraguay era del 2,5% y 12 años más tarde, del 2,9%. Pero a partir de allí, la curva entró en descenso hasta llegar en 2020 a 1,2%. En cuanto a la economía, los siguientes 10 años a partir del libro, el PIB creció entre el 6 y el 11%. A partir de 1983, la recta ascendente se precipitó para luego estabilizarse entre el 3 y el 4% anual.

Pero Ceuppens no consideraba solo el factor generación de riqueza sino también el componente gasto público y estimaba imprescindible imponer al Estado una política de austeridad achicando los gastos improductivos y aumentando los de inversión. Pero vemos que a los políticos nunca les importó seguir un consejo tan sabiamente elemental. Jamás Gobierno alguno en el pasado ha derrochado tanto dinero en gastos improductivos como el actual. Como en el caso argentino con la deuda, no hemos aprendido nada.

VIEJAS BANDERAS

En 1986, Luis Campos, Basilio Nikkiphoroff y Ricardo Rodríguez Silvero editaron un libro titulado “Pequeños campesinos y su incertidumbre” en el que presentaban estudios regionales sobre el desarrollo socio-económico rural en el Paraguay. Sus conclusiones son un verdadero diagnóstico de la situación que por entonces presentaban los “pequeños campesinos”.

Y 35 años después constatamos que, si bien las cosas han cambiado, hay cuestiones de base que siguen pendientes.

Aquí van algunas de ellas:

  • El limitante tecnológico constituye un serio obstáculo para el aumento de la productividad.
  • La agricultura a tracción humana absorbe toda la capacidad de trabajo de la familia.
  • La posesión irregular de la tierra dificulta a los campesinos el acceso a créditos blandos.
  • La estrategia de desarrollo del Gobierno fundada en la exportación de algodón vuelve dependientes a los campesinos al no tener fuentes alternativas de ingresos.
  • Una mejor distribución de la tierra podría generar un aumento del área cultivada y consecuentemente un incremento de la producción promedio.

Y me detengo aquí porque, obviamente, este articulo no pretende ser una síntesis del libro -muy rico en diagnósticos- sino más bien una cita puntual de hechos que siguen pendientes de solución hoy día.

Hay nuevos remedios para viejas enfermedades. Pero a los políticos, cegados por la ambición y la codicia, no les interesa ver esas enfermedades, tampoco sus diagnósticos y mucho menos aplicar remedio alguno. Así como están las cosas y mientras sus cuentas bancarias sigan engordando… dale que va.

Columnistas
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Expertos en Historias urbanas.

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