Cristian Nielsen
Si uno revisa la historia, el 14 de febrero está lleno de resonancias que van desde la masacre de judíos perpetrada en Estrasburgo, Alsacia, con la quema de 2.000 de ellos en la hoguera, hasta la botadura del acorazado Bismark, el 14 de febrero de 1939 en los astilleros de Kiel. Son fechas tenebrosas, asociadas a los lados más oscuros del hombre.
Claro que también podríamos recordar que fue en 1829 que Vincenzo Bellini estrenó su opera La Extranjera nada menos que en el teatro Alla Scala, de Milán. Y que en 1895, en el Saint Jame’s Theatre de Londres, el controvertido dramaturgo irlandés Oscar Wilde representa por primera vez su comedia “La importancia de llamarse Ernesto”, título que encierra una multiplicidad de significados ocultos y de críticas punzantes para una sociedad pacata y prosopopéyica como la Inglaterra victoriana de fines del siglo XIX.
Sin embargo, voy a referirme a dos episodios que han quedado casi sepultados en la frenética historia del siglo XX, pero que en su momento significaron mucho para la evolución de la civilización.
¿Y SI LO DEJAMOS FIJO? – El significado de satélite es “objeto natural o artificial que orbita alrededor de otro más grande”. El más famoso entre los primeros es la Luna, que con sus fases, sus aproximaciones y alejamientos, regula el comportamiento de la naturaleza en la Tierra.
Entre los artificiales, sin duda el que se ganó el primer puesto fue el Sputnik, el primer satélite artificial puesto en orbita por el hombre y que después de 64 años volvió a cobrar actualidad al llevar su nombre una vacuna rusa contra el COVID-19.
Tanto la Luna como el Sputnik dan vueltas alrededor de la Tierra. Los satélites que siguieron al ruso hacían lo mismo, es decir, girar en orbitas ecuatoriales, polares, hibridas, etc. Eso significaba que para recoger la información transmitida por sus instrumentos había que esperar que el objeto pasara sobre las antenas receptoras en tierra, aprovechar la ventana y esperar una nueva orbita.
Para las comunicaciones terrestres, esto era un problema pues los periodos de transmisión y retransmisión eran muy cortos y espaciados.
Pero un día, los científicos del consorcio norteamericano Hughes Communications (sí, el del excéntrico empresario protagonizado por Leonardo DiCaprio) tuvieron una iluminación. Se dijeron: ¿Y si ponemos en orbita un satélite que gire en el mismo sentido de rotación de la Tierra y a su misma velocidad, qué logramos?
Así nació el concepto de “orbita geoestacionaria”, lo cual es una ilusión porque el satélite viaja a 29,7 kilómetros por segundo, produciendo el fenómeno relativo de quedar fijo sobre un punto de la superficie terrestre. El pionero de esta nueva era fue el Syncom I (satélite de comunicación síncrono) puesto en orbita el 14 de febrero de 1963. A partir de allí, nacen los enlaces satelitales fijos y con ellos todo un mundo nuevo comunicación llamado a transformar para siempre la vida cotidiana de la humanidad.
HELLO, DOLLY – El 14 de febrero de 2003 ocurrió un hecho que para casi todo el mundo pasó desapercibido. En el instituto Rosen de Edinburgo, a la edad cronológica de 7 años pero genética de 13, fallece la oveja Dolly, el primer ser del reino animal nacido por el proceso de clonación.
Su nacimiento en cambio había tenido mucho más glamur. Sus padres de laboratorio fueron Ian Wilmut, un embriologista británico y su compatriota Keith Campbell, biólogo especialista en clonación. El alumbramiento no se conoció sino siete meses después de producido. “Vamos a tener que llamarla Dolly” dijeron sus creadores al informar que la recién nacida fue creada a partir de células mamarias, atributos que en la estrella del country Dolly Parton son más que evidentes.
Los creadores de Dolly aseguran en sus memorias que la oveja tuvo una vida normal, dio a luz primero mellizos y luego trillizos y falleció padeciendo una artritis que desarrolló a mitad de su vida.
HECHOS – BISAGRA – La clonación de Dolly abrió paso a un mundo de realidades y de especulaciones. Estas ultimas se las dejo al cine y las novelas de ficción. Pero la comprobación de que un ser del reino animal podía se replicado en laboratorio movió a científicos, juristas, sociólogos, teólogos y políticos a generar nuevas corrientes de pensamiento. Todas las sociedades se pusieron de acuerdo en que había un limite para la nueva ciencia: la vida humana. No hay orden jurídico de la tierra que no prohíba la clonación humana y que no regule férreamente la de las demás especies.
Por lo que respecta a los satélites geoestacionarios, permitieron el nacimiento de un nuevo universo comunicacional en el que descuella, por brillo propio, internet, que habría sido imposible -o mucho más difícil- sin estos servidores tecnológicos que montan guardia desde el espacio exterior.