Es en los momentos difíciles cuando el espíritu humano prevalece. Nada más ominoso ni terminal que una enfermedad convertida en pandemia golpeando a las puertas y amenazando directamente lo más valioso, la vida.
Sin tocar aún los desbordes de las grandes pestes del Medioevo o la hecatombe de la gripe española de principios del siglo XX, el coronavirus está imponiendo a la humanidad un drástico cambio de hábitos de vida como única manera de afrontar sus deletéreos efectos. La medicina, tomada de sorpresa, se muestra impotente para detener la marcha de un virus contra el cual no hay antídoto terapéutico ni preventivo. Deberá aún pasar un tiempo para que ambas herramientas estén listas. Mientras tanto, aislamiento riguroso como nunca antes se había visto en el día a día de la humanidad.
Doblegado el cuerpo ante el golpe de la pandemia, el espíritu se rebela de múltiples formas. “Aislamiento -dice la gente- no significa el corte total de los lazos sociales. Hay formas de salvar la distancia y el vacío”.
En las ciudades de la Lombardía italiana, los vecinos se asoman a las ventanas para entonar arias de ópera o canzonettas tradicionales. Los españoles, agobiados por la creciente ola de muerte que los envuelve, prefieren vivar a España y cantar el himno nacional. Los porteños iluminan sus balcones, interpretan a Gardel o a Piazzola y aplauden a las ambulancias y a los móviles policiales que patrullan las calles vacías de la ciudad en busca de los infaltables díscolos que desafían el sitio sanitario.
En el whatsapp, un grupo de investigadores, docentes y estudiantes de la Facultad de Ingeniería de la UNA presentan un modelo de respirador artificial fácil y barato de fabricar, ante la imposibilidad de importarlos porque la insaciable demanda mundial los absorbe ni bien salen de fábrica. Si la enfermedad se dispara en el país, disponer o no de uno de estos aparatos podría ser la diferencia entre la vida y la muerte.
Pero el episodio tal vez más impactante de creación colectiva virtual lo haya protagonizado el Coro Internacional de la Opera de Roma, que grabó una versión del Va Pensiero. de la opera Nabuco de Giuseppe Verdi, a partir de interpretaciones individuales enviadas por Smartphone por cada integrante del coro –a la sazón, en riguroso aislamiento- a la dirección central que coordinó el centenar de voces en una aplicación de sonido. El resultado es alucinante y conmueve no sólo a Italia sino al mundo.
El cuerpo humano se doblega, con frecuencia, ante los golpes implacables del destino.
Pero, como dijera Winston Churchill bajo el inmisericorde bombardeo nazi:
“El fuego, señor Hitler, no nos derrite. Nos templa como el acero”.