Fue matemático. Dos más dos, cuatro.
El ahora ex presidente Evo Morales no supo calcular el costo de su traición a la voluntad popular alterando los resultados de unas elecciones que pasarán a la historia como una de las más burdamente fraudulentas de que se tenga memoria en una América Latina con una rica tradición en esa oscura materia. Evo intenta minimizar el robo a la voluntad popular buscando re direccionar la atención pública sobre dos dirigentes políticos -uno de ellos su rival en las urnas, Carlos Mesa, ex presidente de la República- a quienes acusa de fogonear las manifestaciones, los disturbios e incluso los ataques a viviendas de dirigentes. Pero la abrumadora mayoría de los bolivianos le hizo saber que esa es pura charlatanería hueca. La verdad era otra, la que exponen las inocultables pruebas del fraude electoral.
La auditora independiente Ethical Hacking –contratada por el propio Tribunal Superior Electoral de Bolivia- reveló que los comicios presentaban “por lo menos siete vulnerabilidades críticas” que permitieron la manipulación de resultados. Con esta visión coincide el “Análisis de integridad electoral en las elecciones generales en el Estado Plurinacional de Bolivia” de la comisión de observación de la OEA. El documento habla de alteración de actas electorales, violación de la cadena de custodia de resultados, vulneración y manipulación de la red de transmisión rápida de resultados y otra media docena de irregularidades que, a criterio del organismo, privan de legitimidad los resultados.
¿Cómo negar tan contundentes conclusiones sin caer en la necedad más flagrante? A partir de allí Evo Morales empezó a quedarse solo y aislado, como pasa con los enfermos contagiosos. Un intento de calafatear el buque con un nuevo llamado a elecciones cayó en el vacío. Abandonado por la policía y los militares, Evo no tuvo otra opción. Abordó su Falcon 900 de US$ 38 millones –inicialmente fabricado para el Manchester United- con rumbo al aeropuerto Jorge Wilstermann de Cochabamba para refugiarse en el Cachare, distrito en el que se consagrara como dirigente cocalero y desde donde anunció su renuncia a la Presidencia. Se ponía fin así a un mandato de 13 años, nueve meses y 19 días que podrían haberse extendido a 18 si su maniobra fraudulenta daba resultado.
Evo supo, a las malas, lo caro que resulta traicionar la voluntad popular.