La cenicienta de las capitales de América Latina
Los bañados, zonas inundables y basurales que rodean Asunción van a continuar hasta el infinito mientras no tome el timón de la ciudad una generación de políticos que tenga una mirada, por lo menos, de mediano plazo y no la que apenas llega al día de elecciones. Lo venimos sosteniendo hace años, y seguiremos haciéndolo hasta que la gota de agua perfore la piedra y rompa en mil pedazos esta costra de indiferencia e ineptitud que llena la función pública de la ciudad capital.
Los terrenos de dominio municipal identificados como bañados componen un patrimonio territorial de alrededor de 1.400 hectáreas. Un bañado es un terreno impregnado de humedad, en parte cenagoso y frecuentemente invadido por las aguas pluviales o por las de algún río o arroyo cercano. Pese a estar por debajo de la cota de habitabilidad, viven en esos espacios encharcados unos 100.000 asuncenos, es decir, el 20% de la población. Sin agua potable ni cloacas, con energía eléctrica precaria y con trazado urbano inexistente, los bañadenses viven, literalmente, con el Jesús en la boca ante cada crecida del río Paraguay que los expulsa rápidamente y los manda de una situación de alta vulnerabilidad a otra peor, la de desarraigados de un espacio que no les pertenece.
Uno tras otro, los intendentes y concejales de turno han sido incapaces de pensar una solución definitiva para esta población casi trashumante. No les da el cerebro para algo más que unas viviendas esparcidas aquí y allá, entregadas en medio de grandes aspavientos populistas. O inaugurar grifos públicos y nimiedades como esas.
No son capaces de pensar, por ejemplo, como los guayaquileños cuando alcaldía, sector privado y organizaciones civiles se abocaron al proyecto Malecón 2000 que transformó el sector ribereño de Guayaquil en área pública de expansión, de cultura, de entretenimiento, comercio, finanzas y desarrollo inmobiliario. Los ecuatorianos abrazaron como propio el proyecto y la población afectada recibió viviendas totalmente nuevas además de tener a disposición miles de puestos de trabajo, especialmente, en el sector de los servicios. Fue cuestión de armonizar intereses, comenzando por los de los propios pobladores, de la administración municipal y de todo el abanico de actividades que dio vida al Malecón y rejuveneció la ciudad. No les llevó tanto hacerlo: 10 años y tres etapas. Y mucho liderazgo del bueno.
¿Será iluso imaginar algo así para Asunción?