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Síndrome de Estocolmo

Hace unos 10 años, vivía en otro país de Sudamérica y tuve una de las conversaciones más bizarras de mi vida. Una señora mayor, que conocía poco y nada, me dice:

“Cuando yo tenía 16 años, entró a mi casa y me violó. Hoy, 40 años después, lo voy
a votar para que sea Presidente”.

Por favor vuelvan a leer la frase, lo único que omití fue el nombre del Presidente porque uno nunca sabe, con Marito y su partida de peleles no hay problema, pero tampoco quiero arriesgarme a un conflicto internacional, como ya los he tenido en el pasado. “Entró a mi casa y me violó. Hoy, 40 años después, lo voy a votar para que sea Presidente”

No solamente me da piel de gallina cuando lo recuerdo, sino que el domingo pasado venía esa conversación a mi cabeza una y otra vez.

Aquellos que robaron en pandemia, aquellos que prometían y prometían cuando la gente estaba encerrada en sus casas, con miedo a morir de COVID-19 o de hambre, aquellos que escupieron sobre la tumba de nuestros muertos, en casi todo el país fueron reelectos como una suerte de síndrome de Estocolmo, donde el pueblo siente pasión por aquellos que lo tienen secuestrado, por aquellos que abusan, que le quitan el pan de la boca a los hijos, que los han convertido en analfabetos y mendicantes, en planilleros y personas con un techo más bajo que sus cabezas, para que siempre miren hacia abajo, sumisos y obedientes.

Desde la guerra del Chaco no existió un momento con tantas muertes y con tanta crisis conjunta en nuestro país, donde no nos hemos destacado en absolutamente nada, pero aún así, las urnas de todo el país vociferaron su orgullo de pertenecer a ese lugar donde todos son bienvenidos, pero unos pocos se llevan los beneficios de una política que ya ni siquiera simula estar al servicio de los demás, permitiendo que este espiral lento de caída libre nos adormezca antes de impactar mortalmente contra el piso.

En democracia todo es aprendizaje, el problema del aprendizaje no se vuelve real si no lo convertimos en experiencia. Solamente nos queda que el sector de la sociedad civil y de las empresas se pongan los municipios al hombro y hagan el intento de sacarlos adelante, porque es un hecho ya probado que a la política le interesa poco y nada la gente, convirtiendo a la democracia en una egocracia.

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