La obra teatral de Pablo Magee, un fracés afincado en Paraguay, recorre como en el relato de Dante Alighieri, una visita al infierno de la dictadura de Stroessner y lo hace con un bajo que suena penumbroso, triste y terrorífico siempre y de fondo. Las transiciones las hace este instrumento o al menos pretende hacerlo para poder digerir cada cuadro de una obra densa, cuestionadora y profunda. Martin Almada desea traer de vuelta del infierno a Stroessner “el hijo de una madre prostituta y de un padre alcoholico” según el relato que hizo que los paraguayos durante 35 años fueron vejados al punto de hacerles creer a muchos que no había un país posible sin él. El mismo que ordenó el arresto de Almada y lo sometió a torturas y vejaciones en su prisión y cuyos gemidos escuchados por su esposa Celestina acabaron con ella. Stroessner representó durante más de tres décadas lo peor del paraguayo. Todos sus defectos, temores y angustia hasta hacerlo poder omnímodo bajo la consigna de “ paz y el progreso”. El bajo chancho musita angustia y miedo, los dedos del ejecutante bajan y suben procurando darle ritmo a la tragedia que se desarrolla.
Almada, muy bien representado por Hector Silva, debe ir a negociar con Lucifer para que le deje ir a la tierra para rendir cuentas de sus actos. Lo que no pudo hacerlo en la vida real porque muere exiliado y acaba enterrado en Brasilia. Lo condenaron a la peor de las penas: vivir y morir fuera del país natal. La misma pena que había aplicado a centenares durante su reinado de terror. Lucifer, en su magnífico desdoblamiento del mismo personaje del tirano, le concederá solo con la condición de que Almada sea quien lo defienda y no se convierta en su acusador. Terrible dilema para el educador que finalmente asiente como única manera de hacerlo enfrentar a sus propios demonios. Este recurso sorpresivo da un giro a la historia y le hace ganar en densidad a la obra. Antes, la visita al cementerio de Brasilia y la conversación con Neruda, no agregan mucho y en el caso del Nobel chileno puede llegar incluso a confundir. Es una escena forzada donde el mismo protagonista tiene que explicar por qué se encuentra en la misma relatando su muerte en Isla Negra poco después del golpe de Estado de Pinochet y los militares chilenos en 1973. El bajo chancho se agudiza en los tonos que salen ahora del arco que lo hace gemir.
En los infiernos de la obscuridad
La tribulación de un defensor avergonzante con un Virgilio , el abogado convertido en acusador cuando en realidad se preparaba para ejercer el rol opuesto da paso a un Stroessner harapiento, pordiosero de afecto que acabó bañado en la sangre de los niños con una pedofilia excecrable y ofensiva. Es la constatación de sus propios demonios desarrollados desde su atribulada infancia en Itapúa y su comportamiento vergonzante en la guerra del Chaco donde dicen que en su bautismo de fuego en Boquerón abandonó su pieza de artillería en un acto de cobardía muy recordado siempre. Stroessner siempre se vengó de los que tenían memoria porque es ella la que está en el trasfondo de la obra. La que quiere ser rescatada para entender la dimensión de su gobierno autoritario que humilló primero para acabar doblegando toda defensa de la dignidad de un pueblo. Pablo Maggee desarrolla el texto sobre un libro suyo publicado en francés donde nos cuestiona como hechos tan graves como el de Almada o el del operativo Cóndor no sean recordados en la dimensión que debieran. Nos cuestiona la amnesia de un país que en su silencio mayoritario concibió que Stroessner era el precio que todos debían pagar por la paz ilusoria en la que vivíamos. Recordar es asumir la responsabilidad, la complicidad quizás y la inmadurez ciudadana. La misma que Stroessner por miedo y persecución acabó castrando a un país completo. El personaje recibe lo mismo que dio. Gime, pide ayuda, es golpeado y humillado por un Cóndor que lo tiene como personaje secundario en un operativo de terror que emprendieron los gobiernos militares en gran parte de América latina y del que fueron víctimas miles. Almada no puede sobrellevar esa dualidad de perseguido con el rol que le asigna Lucifer y tiene que enfrentar una nueva condena del juez porque casi ahorca a su “cliente”. El encuentro con su esposa Celestina lo hace retornar para acabar con el juicio. Bien logrado el momento en que la pareja se reencuentra sin tocarse, girando con las manos levantadas para un diálogo rico pero un tanto extenso donde se gravita el tono de acabar la pesadilla de cualquier modo. El bajo chancho sigue impertérrito sonando grave y suplicando el fin de la pesadilla.
Recordar para dimensionar
Finalmente Stroessner es condenado a sufrir las mismas consecuencias que hizo padecer a todo un país. Un personaje aniñado y torpe sale de escena tras la sentencia del juez. Pareciera que el bajo por fin acaba su martirio. Ese instrumento es el país que acompañó esa tenebrosa experiencia de 35 años y acabó a cañonazos el 3 de febrero de 1989. Almada se encargó en vida de hacernos recordar que deberíamos despertar a los dormidos. Nadie más que él sabe la quejumbrosa normalidad que rodea a muchos que todavía reconocen -como el mismo actor de Stroessner- que en la escuela y colegio solo había leído elogios sobre el tirano lo que lo llevó a exigirse al máximo para construir el personaje real.
El autor Magee no está libre del típico cuestionamiento isleño que el por ser extranjero no debe tener la autoridad de cuestionar a nuestros tiranos, injusticias o al país cómplice que calló por tanto tiempo. Con ese argumento nadie que no sea judío y no haya estado en los crematorios alemanes puede condenar el holocausto nazi. Una argumentación que como el sonido amorfo del bajo chancho pretende huir de la responsabilidad de asumir como sociedad que todavía hasta hoy se sigan votando a los mismos herederos de quien se consume en el infierno los daños inflingidos a este “país manso y grato”como lo definiò una vez el jefe de policía del tirano el Gral. Duarte Vera cuando una de sus víctimas lo saludó con respeto y gallardía. Nos merecemos más sonidos del bajo chancho para reconocer la pocilga en la que Stroessner convirtió este país por tanto tiempo.
Pundonoroso, una puesta valiente, sencilla y con grandes claves para interpretar no solo el pasado autoritario del Paraguay sino el rol que cada uno jugó para que eso durara tanto tiempo. Perturbante, obscuro y grave como los mismos sonidos del bajo chancho en la penumbra de un país que pretende olvidar sus demonios.-
Benjamín Fernández Bogado
@benjalibre