Quienes visiten Encarnación por primera vez o lo hagan después de mucho tiempo, tendrán la impresión de entrar a una ciudad muy lejos del “patrón” que caracteriza a la abrumadora mayoría de los centros urbanos, es decir, desorden, suciedad, caos, veredas tomadas por vendedores, calles sin nombre, transito caótico y la sensación de falta absoluta de gestión municipal, característica que “adorna” –para vergüenza de sus habitantes- a Asunción y su conurbano.
La capital de Itapúa marca la diferencia. Sus administradores han logrado encarrilar la remodelación de su ciudad a partir de la elevación de la cota del embalse de Yacyretá, proceso difícil y hasta doloroso porque implicó desprenderse de la “ciudad baja” o la “ciudad vieja” que, aún sin el lago hidroeléctrico, se inundaba con cada subida moderada del rio Paraná. Hoy todo eso pasó a la historia. Encarnación tiene una planta modelo de tratamiento de efluentes cloacales y drena con eficiencia las aguas pluviales. Sus calles muestran un pavimento homogéneo con cunetas de escurrimiento de aguas, están bien señalizadas y, algo desconocido en Asunción: todos los cruces, sin excepción, poseen carteles que indican el nombre de las calles y el sentido de circulación. Hay una excelente arborización, el estacionamiento es ordenado y, algo también exótico para Asunción, sus veredas son continuas, totalmente transitables y completamente despejadas de vendedores callejeros. Así como suena.
¿Por qué los encarnacenos pudieron lograrlo y los asuncenos no? Es inevitable hacer esta pregunta porque se supone que una capital nacional debería ser el ejemplo de excelencia de gestión y mostrar el camino. En este multimedios sostenemos que la armonía entre la iniciativa privada y la administración municipal se demuestra en el cordón de la vereda, que es el límite entre ambas dimensiones. En Encarnación no hay diferencia entre una y otra. En Asunción, podemos tener un complejo edilicio digno de Miami y cuando bajamos a la calzada, nos encontramos en el tercer mundo más sumergido, con calles destrozadas, cloacas rezumando líquido infecto y esquinas llenas de basura.
Los munícipes paraguayos suelen hacer frecuentes “viajes de estudio” a Curitiba, la meca del municipalismo. Podrían ahorrarse el gasto e ir a Encarnación.
Allí les van a enseñar cómo se gestiona una ciudad.