El espectáculo que están dando los honorables se centra sobre un clásico de las polémicas estériles paraguayas, esa entelequia llamada “tierras malhabidas”, algo así como el Elysium del cine de ciencia ficción, un lugar del que todo el mundo habla pero de ubicación espacio temporal imposible.
El último intercambio de facturillas tuvo como protagonistas a Fidel Zavala (Patria Querida) y Pedro Santacruz (PDP). El clima se volvió espeso cuando desde el coloradismo cartista se planteó la pérdida de investidura del senador Sixto Pereira (Frente Guasú) a quien junto a Hugo Richer de la misma bancada y del susodicho Santacruz se acusa de haber azuzado a los invasores de una finca del Canindeyú a perseverar, y expandir si cupiere, en tal actitud.
El clásico “tierras malhabidas” es un set fórum que admite cualquier sketch. Arranca del imaginario de que cinco, seis u ocho millones de hectáreas fueron repartidas arbitrariamente en pago a favores políticos o “servicios ambientales” diversos durante la dictadura, en especial eliminación de opositores, subversivos, desestabilizadores y categorías similares.
Chocolate por la noticia. Decíamos días atrás que la suma actuarial del IRA+IBR+INDERT da como resultado tal caos en el registro rural que hasta antiguas y legítimas propiedades pasan a ser sospechosas, y a cualquier propietario se le puede tirar encima una duda para ponerlo en guardia y pillarlo en falta por algún detalle insignificante en un título.
Es lógico que en semejante olla de grillos todos tiren el anzuelo en busca de una presa. Todo rinde. Decir que los gremios rurales actúan como jerarcas de la dictadura paga bien, da buenos titulares. Acusar a una bancada del Senado de hacer migas con guerrilleros con fines “inconfesables” también reditúa. Acusar a un senador de poseer tierras parte de un parque nacional garantiza minutos de valiosa TV. Y así hasta el infinito.
¿Resultado general? Nada, pura polvareda, cháchara de idiotas. Peleas de recreo pero sin la inocencia infantil. El fondo de la cuestión sigue intocado. A estos muñecos no les interesa arreglar el caos fenomenal en la posesión de la tierra. Sólo aspiran a servirse de él, como parásitos malignos incrustados en una decadente política de copetín.
Eh, ciudadanos. ¿Hasta cuándo seguiremos manteniendo estas capas sedimentarias de traidores de la voluntad popular?