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Para todo hay un remedio

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Por Cristian Nielsen

La irrupción del virus chino ha logrado despertar –y revitalizar, en algunos casos- métodos y remedios naturales o improvisados que van desde los simples buches con agua salada hasta la inyección de sustancias desinfectantes que propuso el presidente norteamericano. Salvo la disparatada receta de Donald Trump, muchos de los consejos tienen su raíz en la farmacopea tradicional basada en hierbas medicinales y prácticas que en el pasado se consideraban apropiadas para curar o aliviar enfermedades.

La mayoría de esos procedimientos eran, cuando menos, inocuos y por ello, de discutible eficacia. Más bien componían esa constelación de asistencias que madres y abuelas prodigaban a su familia como una suerte de apoyo espiritual que rescataba al paciente del miedo y le devolvía la calma suficiente para que su sistema inmunitario trabajara mejor.
Sin embargo, había otras prácticas que iban de lo invasivo a lo francamente vejatorio.

CATAPLASMAS Y VENTOSAS – Las cataplasmas eran unos compuestos que se aplicaban al enfermo y que tenían efectos calmantes y antiinflamatorios. Su uso más extendido era como tratamiento para infecciones o congestiones bronquiales. Se las elaboraba con harina de lino, trigo, cebada o cualquier cereal rico en fibra vegetal. Se preparaba con ella una masa con agua caliente a la que se le agregaba luego la “sustancia activa”, generalmente granos de mostaza macerados, cuyas virtudes como descongestionante son conocidas desde hace siglos.

Las ventosas fueron inventadas por médicos árabes en el antiguo Egipto. Empleaban para ello un cuerno de buey adecuadamente preparado que adherían a la piel del enfermo, preferentemente en la espalda o el pecho. Por el orificio practicado en la punta del cuerno aspiraban el aire hasta producir un vacío. Eso atraía los “fluidos malignos” (sangre, pus o secreciones varias) hacia la burbuja que se formaba en la piel y que luego extraían haciendo incisiones.

Algunos fisioterapeutas modernos –entre ellos los chinos- usan ventosas para favorecer la irrigación sanguínea, aliviar el dolor, aumentar la circulación linfática y estimular el metabolismo celular.

ENEMAS Y ACEITE DE RICINO – Pocos métodos son tan agresivos y cuasi vejatorios como el enema. No hablaré de los llamados enemas de retención, usados actualmente para introducir sustancias contrastantes en los diagnósticos con imágenes. Hablaré de la simple “lavativa”, temible herramienta usada para tratar los molestos desarreglos intestinales que impiden una evacuación regular.

La preparación era casi como una receta de cocina que las heroicas madres de antaño, diestramente asesoradas por las abuelas, aprendían a aplicar al paciente afectado por un trastorno tan desagradable como el estreñimiento.

En un recipiente especialmente adaptado vertían dos litros de agua a temperatura corporal –es decir, 37 grados centígrados- y luego agregaban el elemento activo que generalmente era agua jabonosa, y otras veces emulsiones de aceite común o glicerina. La batalla campal que seguía al pre-operatorio consistía en lograr que el paciente permitiera que aquella solución le fuera aplicada con un procedimiento muy violatorio de su virilidad. El efecto, sin embargo, era casi instantáneo con lo que lo vejatorio del tratamiento pasaba a segundo plano.

Si el enema era rechazado sin apelación por el enfermo quedaba el recurso del aceite de ricino. El paciente, casi siempre un niño, era sorprendido a la mañana temprano por un operativo comando que lo tomaba de sorpresa obligándole a tragar una cucharada sopera de aquella repugnante infusión cuyas propiedades laxantes son más que discutibles.

¿Y CONTRA LA GRIPE? – La “gran gripe” de 1918 dejó un profundo rastro en la humanidad. Nunca se supo con exactitud cuántas vidas costó. La franja va de 20 a 40 millones.
Sin embargo, hay otras gripes que recorren regularmente el planeta pero que, sin ser tan letales, molestan y roban días enteros con sus fiebres y malestares. Para ellas, la sabiduría popular ha desarrollado armas de combate.
Por ejemplo, el ajo. Se corta en pedacitos media docena de dientes de ajo y se los hierve en agua durante 10 minutos. Se lo deja reposar, se cuela la infusión y luego, si hay coraje, se la bebe como un té. Buen provecho.

Menos agresivas y más agradables son las vaharadas de hojas de eucalipto. Basta hervirlas un rato y aspirar luego el vapor emergente, ya sea directamente del recipiente en el que hirvieron o colocando la preparación en un nebulizador.

Las gárgaras con hojas de salvia ayudan a bajar la inflamación de la garganta, efecto que también se logra con una infusión de miel y limón o tal vez con el más popular de los métodos, el inmortal caldo de gallina que calienta el estómago y ayuda a despejar las vías respiratorias.

Abuelas y viejos chamanes dándose la mano.
Saben más por viejos que por diablos.

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