Por Cristian Nielsen
Una característica de la dictadura era su propensión a crear eslogans. Había una reserva secreta de neuronas lista para producir aquellas frases que nos acechaban desde la comunicación oficial. “El precio de la paz” se usaba para justificar la guardia urbana y las tenebrosas sentinas de Investigaciones. Reforzaba esta idea-fuerza otro eslogan, “democracia sin comunismo” que cerraba el paso a cualquier intento de clavar la hoz y el martillo en algún membrete partidario. Lo del “único líder” era un mensaje elíptico para quienes se atrevieran a desafiar la “unidad granítica” del Partido Colorado, custodiada en los últimos tramos por el “cuatrinomio de oro”. Y el dicho in extremis “a los amigos todo, a los enemigos palos” parece una adaptación de la brutal frase de un general nazi al enterarse que sus soldados eran recibidos con flores durante la reocupación del Rhur en 1940: “Nada de flores, garrotazos”.
Se podría escribir un libro completo de frases hechas producto de una diligente elite de pensadores capaz de sorprender cada día al big chief con un nuevo producto marquetinero.
Yo rescato aquí una más.
“Pan paraguayo con trigo paraguayo”
Esta frase tiene su miga, sobre todo porque cuando apareció, el contrabando de trigo y de harina era negocio privado de los capitostes de la marina de entonces, dueña y señora –literal y no simbólicamente- de los ríos a través de los cuales eran introducidos ambos productos para elaborar el pan paraguayo. Ni un grano, ni una bolsa entraban al país sin dejar su diezmo a los jefazos del arma naval que hicieron fortunas con ese y otros rubros contrabandeados hacia o desde Argentina y Brasil.
El trigo en el Paraguay tiene una larga historia, como nos enseña el agrónomo Caio Scavone en numerosas publicaciones hechas en su larga carrera de profesional del agro y de la comunicación. El intento del Plan Familiar del Trigo falló “por falta de tecnología, el uso de variedades sin adaptación y el mal manejo de los cultivos” relata Scavone en su artículo “La intriga del trigo”.
“No va a andar”
Debe haber sido hacia setiembre u octubre de 1969 cuando la jefatura de redacción de La Tribuna recibió una invitación para acompañar al ministro de Agricultura y Ganadería, Hernando Bertoni, en un día de campo en las cercanías de La Colmena, colonia fundada en 1936 por colonos japoneses. Viaje típico para un pinche de redacción para el cual salí sorteado.
Después de una larga travesía llena de tumbos y barquinazos llegamos a una finca en la que el ministro ya estaba esperándonos.
Bertoni nos hizo recorrer una espléndida parcela de trigo que para mí no era novedad –pasé mi niñez en plena zona triguera de la provincia de Buenos Aires- pero sí para mis compañeros de viaje, algunos de ellos estudiantes de ingeniería agronómica. Estaban asombrados por aquel cultivo que, según Scavone, respondía a “las buenas investigaciones para adaptar y adoptar variedades casi enanas, rendidoras y de ciclos cortos”.
Acompañarlo a Bertoni en su recorrido fue fascinante. Leía el suelo como si fuera un libro abierto. Nos señalaba –a nosotros, ignorantes totales de la agronomía- la diferencia entre las distintas malezas, unas beneficiosas y otras dañinas. Eran los días del arado y la rastra. La siembra directa, la cobertura y los abonos verdes tardarían todavía muchos años en aparecer en el campo paraguayo.
No recuerdo quién fue el que al final de la recorrida pronunció una frase que haría carrera, pero no por las razones en las que él creía: “Muy lindo, pero no va a andar. Este es un cultivo de zonas templadas a frías”.
Y no se equivocó.
La soja viene en su auxilio
El plan del trigo de la era Bertoni nunca despegó por varias razones. Una de ellas porque aún faltaban varias etapas en la investigación de variedades de semillas apropiadas a las condiciones de suelo y clima locales. También contribuyeron a su fracaso los golpes dados por falsos productores que, cobijados bajo un régimen que daba “todo a los amigos”, sacaron gruesos préstamos en el Banco de Fomento, plantaron cuatro o cinco hectáreas de fachada y en vez de invertir en maquinaria, insumos y laboreo, compraron propiedades en Asunción o se dedicaron a la timba financiera. Otros sucumbieron sencillamente por ignorancia del rubro.
Finalmente, el eslogan “pan paraguayo con trigo paraguayo” se haría realidad de manos de productores del complejo de la soja, quienes adoptaron el trigo como rubro de invierno en tierras dedicadas a la soja y el maíz. Hacia finales de los ’80, el país alcanzó el autoabastecimiento de trigo con saldos exportables que han llegado al millón de toneladas.
Hubo ocasiones en que el trigo paraguayo fue a suplir momentáneas escaseces en Argentina, tierra desde donde, ironías aparte, llegaba antaño el trigo de contrabando en los días en que se acuñaba el bendito eslogan.