“Buenos días señor, le saluda Juan Pérez, de la empresa X, tengo una promoción especial, ¿tiene dos minutos?”, me abordó ayer una joven voz, entusiasta y esperanzada de concretar una venta desde un número extraño. En aquel instante pensé en cortar inmediatamente y le dije: “Tengo una reunión, estoy ocupado, ¿podrías llamarme un poco más tarde?”.
Acto seguido, volví a pensar y repensar en que Juan, al igual que unos 10 mil o más jóvenes a nivel país, necesita hacer su trabajo y ganarse el pan de cada día. Él insistió en no quitarme mucho tiempo por lo que escuché su ofrecimiento un momento y finalmente le agradecí. “No estoy interesado ahora mismo Juan pero, más adelante podría ser. Te agradezco”, le dije. “Perfecto, señor. Muy amable y que tenga buen resto de jornada”, me deseó.
Esa es solo una de las fácilmente 500 o 600 llamadas telefónicas que debe hacer Juan al día. Tiene metas de venta en “telemarketing” y unos supervisores que le exigen mucho… quizás demasiado para su corta experiencia. Ve a sus compañeros con rostros sumidos en preocupación, tensión y el ceño fruncido.
Cuando Juan llegó a la empresa, que trabaja de forma tercerizada para ofrecer sus servicios a otras grandes firmas, le dijeron que estaría de prueba tres meses y luego empezaría a cobrar comisiones, más el sueldo mínimo. Le ofrecieron una base de G. 1 millón pero, sabía que sus amigos cobraban entre G. 500 mil y G. 600 mil por mes; para él ya estaba bien. Necesitaba el dinero.
“Te vamos a dar un sueldo base y a partir de ahí vas a ir construyendo tu propio sueldo, depende de vos”, le dijo su supervisor. A Juan no le quedaba de otra más que aceptar ya que era la única oportunidad laboral que había recibido en meses. Tuvo que empezar así con unas cuatro ventas al día, que luego de meses se convirtieron en 8 y más adelante en 12. Cada vez era más difícil para él hacer su trabajo en forma.
De unas 50 llamadas por hora, Juan era rechazado unas 20 veces, insultado otras 10, menospreciado unas 15 y, tal vez alguna que otra dudosa voz le respondía con un “¿de qué se trata?” Ahí mismo no perdía el ánimo y repetía de memoria las frases que le enseñaron con promociones increíbles, inclusive para él.
Al final de una jornada de 9 o 10 horas, porque tenía ventas que concretar a como dé lugar, Juan llegaba a casa cansado, cargado de insultos, desmotivado y desganado. Veía a muchos compañeros de trabajo quebrarse, desbordarse en llanto al no poder soportar tanta presión y hostilidad. Pensó entonces, que esa jungla donde solo sobreviven los más fuertes, recios e inmutables a los ánimos de cada cliente, no era para él.
¿Oportunidad laboral o esclavitud moderna? Se planteó. No pasaron 6 meses antes de renunciar, al igual que muchos de sus jóvenes colegas que no tenían más de 25 años. “El primer empleo más esa idea de crecimiento profesional que me vendieron al inicio, me enseñaron que este camino es una carrera de resistencia, donde solo sobreviven los más astutos o tal vez, solamente los que más necesitan”, culminó.