@peztresojos – Emprendedor y Comunicador Social
No es extraño recibir adhesiones para polladas, hamburgueseadas, comilonas que responden a necesidades solidarias relacionadas a tratamientos médicos costosos, donde miles de paraguayos dependen de la solidaridad para poder asegurar un derecho que tienen como ciudadanos. Una pollada es la ventanilla de salud pública más efectiva de nuestro país, lastimosamente.
La emergencia sanitaria nos ha presentado una nueva manera de altruismo que no deja de emocionarnos, pero a su vez, deja en evidencia que los más necesitados son una decoración en la ejecución de planes del Gobierno: las ollas populares.
Miles de personas en todo el país, especialmente mujeres, se han remangado ante la inacción del Gobierno Nacional y han respondido desde donde saben: el amor y la solidaridad. No dejan de emocionar esos paisajes de tierra roja, con el brasero al rojo vivo, elevando la olla rebosante de comida y amor. Miles de estas ollas se encuentran a cientos de kilómetros del caso más cercano de este enemigo silencioso, pero más alejada está una solución planteada desde el Gobierno, que ha pedido paciencia, que ha pedido que nos quedemos en nuestras casas y que ha obligado a miles de familias a sostener su seguridad alimentaria gracias a una olla popular en su comunidad.
A 70 días de las primeras medidas tomadas por el Gobierno, muchas ollas solamente emiten ese sonido metálico que produce el metal vacío, porque la solidaridad es amor puro y desinteresado, pero no infinito. Nuestras ollas están vacías, nuestra gente tiene hambre. Los números y los índices económicos no comprenden la desesperación del hambre, no comprenden al pequeño emprendedor que sigue apretando las tripas para no despedir a más gente y aguantar las siguientes fases. Si todos damos un poco, puede volverse mucho para muchos, apoyemos a las ollas populares, entreguemos víveres a esa señora que sabemos que no la está pasando bien, pero que pone su cocina a disposición de la comunidad para que todos la pasemos un poco mejor.
Nos obligaron a crecer bajo la atención de un Estado paternalista que hoy nos deja una sensación de orfandad terrible, donde solamente nos tenemos a nosotros, porque ellos están ocupados en otras cosas que nada tienen que ver con la ciudadanía.