“Tal vez sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta”. La frase se le atribuye a Franklin Delano Roosevelt, presidente de los Estados Unidos entre 1933 y 1945, en referencia a Anastasio Somoza, el dictador nicaragüense. Roosevelt justificaba con esta frase de permisividad y tolerancia a un régimen no democrático, pero que le servía para mantener su posición en la región. Ese bastardo terminaría sus días en Asunción tiempo después, cobijado por otro personaje de la misma calaña, que le dio amparo y seguridad, con un final por todos conocido.
Ha pasado mucha agua bajos los puentes y los presidentes de Estados Unidos se han sucedido a un ritmo mucho más lento que “sus hijos de puta.” Hoy se reproducen a una velocidad vertiginosa en diversas partes del mundo, y con la pandemia aparecen en todo su esplendor, sus miserias, negociados y especulación con la salud de los habitantes de la tierra, pobres o ricos.
En enero del 2021, la democracia de los Estados Unidos se conmovió hasta sus cimientos con el asalto al Capitolio. Donald Trump fue, práctica y moralmente, responsable aquel 6 de enero. Por primera vez tenían a su vástago indeseado en las entrañas de su cuerpo institucional, poniendo en riesgo la transición democrática, como ha sido la tradición americana, jactanciosa de su propia solidez, hasta el punto de mostrarse como modelo exportable a otros países del mundo.
“Make America Great Again” (haz grande a los Estados Unidos otra vez) y “No more bullshit” (no más tonterías), como mensajes de campaña, se convirtieron en serios dilemas mientras los resultados electorales avanzaban. Gran parte de la opinión mundial vio al país del norte en su estado de mayor descomposición jamás vista. Las tonterías pasaron a tener tal gravedad, que se llevaron a seis cadáveres en el intento de bloquear el traspaso presidencial a Joe Biden.
Finalmente, Biden asumió y los demócratas, entre discursos altisonantes, disculpas públicas a nivel global y otros juramentos contra el mal nacido, aseguraban eliminar a Trump, mediante el juicio político. El tratamiento del Congreso no fue breve, sino brevísimo. Tanto, que la noticia pasó casi desapercibida y los medios mundiales no prestaron mayor atención, como si supieran el resultado anticipadamente. El reo de enero, en febrero estaba libre de culpa y con impunidad total.
Fuera de su cargo y sin las protecciones que le otorgó la presidencia, Donald Trump ahora enfrenta “múltiples investigaciones criminales, investigaciones estatales civiles y demandas por difamación por parte de dos mujeres que lo acusan de agresión sexual” según New York Times. Lo cierto es que, por otra parte, el partido republicano ha ratificado su liderazgo y tomado la absolución como un pequeño triunfo en medio de tanto descalabro. No cabe duda que es uno de sus hijos más ilustres y connotados. Es parte de la familia y a los parientes no se los elige…
No hace mucho tiempo una camiseta dio la vuelta al mundo con un slogan: Las putas insistimos en que los políticos no son hijos nuestros”. Lo curioso también del mensaje es que siempre nos acordamos de las madres, como si estas maravillosas criaturas fueran engendradas por el espíritu santo. Jamás nos acordamos de sus prolíficos padres.
Nosotros en Paraguay también tenemos lo nuestro, aunque las mujeres más gloriosas de América Latina, según el Papa Francisco, no hayan salido a las calles con las remeras castigadoras. Tal vez la diferencia, es que ya estamos acostumbrados a que “nuestros mejores hijos”, ocupen altos cargos, manejen grandes cantidades de dinero, hagan las leyes a su medida, tengan total impunidad y cuando nos miran fijo, apenas atinemos tímidamente a decir: Sí SEÑOR…