Perder vacunas suena a herejía, como tirar el pan
La consternación de las autoridades sanitarias por la pérdida de valiosas dosis de vacunas anti COVID habla muy bien de su celo por cuidar un bien escaso como son los sueros inmunizantes. Pero no hay que exagerar ni en la autoflagelación ni en la adjudicación de culpas a mansalva. Sin querer restar importancia al hecho, digamos que es algo mucho más frecuente de lo que imaginamos porque administrar un producto que requiere un cuidado extremo tiene todos los riesgos imaginables.
Según el Centro de Control de Enfermedades (CDC), para setiembre pasado se habían desperdiciado en EE.UU. 15 millones de dosis de vacunas. Las causas son diversas, pero la más frecuente es haber rebasado el activo su fecha de caducidad. Sólo dos de las más grandes cadenas de retail norteamericanas anotadas para vacunar tuvieron que desechar casi tres millones de dosis. Según CBS News, más de la mitad de las 15 millones de dosis fueron desperdiciadas durante el verano pasado. El periódico El Economista de México reportaba que las causas más comunes de tales pérdidas son “error de dilución, problemas de refrigeración, frascos fisurados… Como un frasco contiene varias dosis, una vez abierto se deben usar las otras dosis en las horas que siguen, o ser desechadas por falta de uso”.
En Japón, las autoridades sanitarias ordenaron incinerar 1,6 millones de vacunas de Moderna por haber encontrado en varias muestras residuos de acero inoxidable, algo inexplicable y sobre lo cual el laboratorio aún no ha brindado una respuesta satisfactoria.
Aparte de todas estas razones serias y de peso, también está la anécdota pintoresca. En una clínica de Kirguistán (nación incrustada en el centro de Asia y limítrofe con China) se perdieron 20.000 dosis de Sinovac porque el cuidador nocturno del establecimiento desenchufó el frigorífico en el que se guardaba el suero para cargar su celular.
Se dirá que mal de muchos consuelo de tontos. Pero lo cierto es que hemos intentado poner en contexto el tema para no perder perspectiva y corregir rumbos. Por ejemplo, mejorar la comunicación sobre la efectividad de las vacunas, eliminar burocracia innecesaria y profundizar metodologías para maximizar resultados. El último tramo de la vacunación apunta a esa dirección. Sólo se trata de insistir en lo que se está haciendo bien y corregir errores de cabotaje.