En una serie policial islandesa, de esas que rompen los paradigmas de Hollywood, un agente debía intervenir en un hecho violento. Fue al baúl del patrullero, digitó un código y abrió un cofre blindado. En su interior había una pistola y municiones.
Hasta ese momento, el policía iba “armado” de una linterna, esencial en un país con noches y crepúsculos prolongados. Y esto no es ficción. Los policías islandeses van armados de una cachiporra y un aerosol de pimienta. Sólo unos pocos están autorizados a usar armas de fuego y son entrenados con un protocolo muy riguroso.
Es un grupo de élite bautizado “el escuadrón vikingo”.
Islandia integra, junto con el Reino Unido, Irlanda, Noruega y Nueva Zelanda, el reducido club de los países cuya policía tiene muy restringido el uso de armas de fuego. El país, poblado por apenas unas 350.000 personas, ostenta un índice de 1,8 homicidios cada 100.000 habitantes. En diciembre de 2013, una intervención policial en Reikiavik terminó con un delincuente muerto cuando éste disparó contra la policía. Hasta hoy se siguen analizando todos los perfiles del hecho y los policías que dispararon siguen recibiendo asistencia psicológica.
Traemos a colación este ejemplo sólo para que sirva de contraste con la manera displicente y relajada –por ser corteses- conque la policía porta y usa armas de fuego en nuestro país. El episodio del fin de semana pasado tiene dos facetas deplorables. Primero, la liviandad con que los agentes de un retén dispararon contra el automóvil en el que viajaba una familia. Y segundo, tal vez lo peor, la manera intolerable como el ministro del Interior intentó desviar la culpa del sangriento episodio hacia el padre del niño que recibió tres de los disparos y salvó la vida de
milagro.
El uso de fuerza letal por parte de la policía debe ser la ultima ratio y siempre respondiendo a una agresión previa de igual fuerza. Huelga decir que la única “agresión” cometida por la familia envuelta en el episodio fue el intento de escapar a una inspección tal como lo establecen los protocolos de la emergencia sanitaria.
Si toda la preparación que tiene la policía para retener personas desarmadas es dispararles con munición letal, estamos en problemas. Veremos cómo salen de ésta el Ministro del Interior y el Comandante de la Policía Nacional.