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Los falsos devotos

Pocas fechas en nuestro calendario generan tantos éxodos como el Día de la Madre. De todas partes del país e incluso desde el exterior, cientos de miles de hijos e hijas se movilizan para visitar y honrar a sus madres. Es una movilización más que merecida. La madre es algo innegociable, su cariño, su consejo, su sopa y su chipa, el hogar es hogar porque existe una madre.

Por otro lado, una cachetada a nuestra realidad es la cantidad de denuncias por prestación alimentaria, manutención, violencia intrafamiliar, entre otros. Pareciera ser que lo único sagrado es nuestra madre, pero no la madre de nuestros propios hijos, que tienen que ejercer ambos roles por el desapego del hombre ante sus responsabilidades. Quizás es por eso que el día de la madre nos moviliza más que el día del padre, un día casi accesorio y por cumplir, que en varios países ha dejado de conmemorarse, debido a la alta tasa de abandono y desconocimiento de paternidades irresponsables.

No deja de ser un tema que habla a gritos de nuestra bipolaridad como sociedad: aquella madre, la propia, que no se toca, la que no tiene defectos, que es sagrada y aquella madre de nuestros hijos que no merece respeto, no merece cobrar su manutención y tampoco puede estar con nadie más, porque es un mal ejemplo para los hijos.

¿Cómo el mismo hombre que venera con devoción a su madre no facilita a la madre de sus propios hijos el ejercer su maternidad? No hablamos aquí solamente de núcleos monoparentales donde el hombre brilla por su ausencia física y económica, sino de familias donde la mujer sufre violencia física, psicológica, económica, sexual, entre otras.

Debemos preocuparnos por enseñar y practicar masculinidades sanas, responsables y coherentes, solamente de esta manera vamos a derribar las barreras mentales y sociales que dificultan a las mujeres a desarrollarse como personas y como profesionales.

Nuestro mejor regalo para el Día de la Madre como sociedad sería que no existan más denuncias por prestación alimentaria, violencia intrafamiliar, equilibrio en la distribución de tareas del hogar, corresponsabilidad en la crianza de los hijos, equidad salarial y de oportunidades y valorar la diversidad, en pocas palabras, honrarlas de manera coherente, todos los días, no solamente en una jornada donde buscamos expiar nuestras faltas con un pequeño agasajo.

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