Cuando lo que une no es el amor sino el espanto
Tragar sapos de vez en cuando es un ejercicio que todo político debe aprender a hacer, inexorablemente. La foto del abrazo entre Cartes y Friedmann que agita las redes sociales desde principios de semana es una evidencia palpable de que cuando se va en pos de un objetivo político, acostarse con el enemigo es un paso que debe considerarse, guste o no.
Esta conducta recurrente es la que desconcierta al ciudadano para quien lo blanco es blanco y lo negro es negro. Y aunque entre ambos extremos haya una variedad casi infinita de grieses, toda negociación y toda concesión deben tener límites. Esa es la forma con la que el ciudadano honesto acostumbra llevar sus asuntos en su día a día, sobre todo cuando están de por medio los valores y los principios que rigen su conducta. Así funciona el mundo de los “comunes”, como diría un prócer librepensador hoy alejado de su banca en el Congreso.
Pero, si se nos permite “portillear” por un instante, las elites políticas siempre se autoperciben fuera de la orbita de los ciudadanos comunes y con licencia para hacer lo que se les antoja sin que se pueda exigirles cuentas de sus actos. El gran Victor Hugo, en su novela “El 93”, narra los negros días del terror de la Revolución Francesa. En medio de una plenaria de la Asamblea Nacional, grandes tribunos de la época como Marat, Dantón y Robespierre sacaban chispas a los debates mientras consideraban la ley que les permitiría decapitar a Luis XVI, el último de los monarcas absolutistas de Francia. Marat, con un discurso descarnado y directo, acusaba a Dantón de mantener, “por unos miserables luises de oro”, una solapada posición pro monárquica. “¡Prostituto!” vociferaba Marat. Dantón respondió no menos iracundo. “Sí, he vendido mi vientre, pero he salvado a la República”.
Hoy, tal vez con personajes más insignificantes pero no menos deshonestos, vemos repetirse aquel modelo en el que se compran y venden conciencias, se olvidan agravios y se recauchutan amistades, todo por “el bien del partido”.
Antes, estas transadas quedaban ocultas por el velo del anonimato. Hoy, las redes sociales hacen públicos estos connubios pornográficos, algunos de ellos, como diría el gran Jorge Luis Borges, unidos no por el amor sino por el espanto.