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Lo bueno toma tiempo… Por fin lo entendí

El primer trimestre del 2022 fue uno cargado de emociones, enfermedades, viajes, desconexión de redes sociales y conexión conmigo misma. Largas horas de estudio, muchas páginas leídas y trabajar hasta que el sol se metiera. Reorganizar la casa y mi vida. 

El segundo trimestre del año comenzó muy parecido. Abril resultó un mes de “aceitar la máquina” y seguir el paso. Más estudio, más horas de trabajo. No me quedaba otra que estructurar mis días, armar una agenda y organizar las tareas. Tenía un sólo objetivo, y lo iba a alcanzar, cueste lo que cueste. Me animo a decir que, quizás es la primera vez que tenía tan clara la meta. ¿El desafío? trazar el camino, definir una metodología y no parar hasta lograr ese objetivo. Confiaba en mi capacidad, pero dudaba de mi disciplina, esa virtud que tanto me ha costado desarrollar. 

Abril se volvió el mes más desafiante. Era la etapa de pelear con esos demonios internos que querían distraer mi energía y atención hacia otros caminos. Era el momento de la gran prueba de fuego, de poner en práctica esas virtudes que vi en mi hogar de pequeña, que aprendí de jefes y colegas. Todo eso que me enseñaron con paciencia y determinación, con firmeza y dedicación las miles de personas con quienes me crucé en esta vida. Sólamente tocaba ponerlas en práctica. Rutina, rutina, rutina. Dormir ocho horas, alimentarme bien, ejercitar diario, estudiar y leer, trabajar y concentrarme. Repetir lo mismo al día siguiente. 

Un par de veces salí de esa rutina por quedarme viendo alguna serie hasta tarde, y pagué con creces el agotamiento por no cumplir con la agenda. Volví al camino. Rutina, no había de otra. Escuchaba la voz de mi padre en el fondo de mi cerebro “si quieres lograr el éxito, ármate una rutina y no te salgas de ahí”. Cuanta razón. Que fácil suena, pero que complicado resultaba ponerlo en práctica en tiempos donde un puñado de distracciones están girando alrededor de uno. 

Llegó mayo y con él, el resultado que había buscado. La consecuencia de meses de dedicación, semanas intensas, noches de desvelo, días complicados y una infinidad de horas dedicadas a alcanzar ESE objetivo. Estaba sóla, sentada en el auto, cuando abrí el correo. Sonreí al leer la respuesta tan anhelada, fruto del sacrificio, la tenacidad y un poco de terquedad. No lloré, tampoco estaba extasiada de alegría. Estaba conforme y en paz, porque había hecho todo conforme al “manual”. Porque finalmente entendí que lo bueno toma tiempo, requiere esfuerzo y mucho renunciamiento. Comprendí que lo emocionante es disfrutar del viaje, abrazar el proceso y gozar el día a día, cada paso por pequeño que sea es avanzar hacia esa meta. 

“Lo bueno toma tiempo”, dice mi madre. Hoy a mis treinta y tantos lo pude comprobar. Por cierto, luego les cuento de qué se trata esta nueva aventura que estoy por comenzar. 

Jessica Fernández Bogado
Jessica Fernández Bogado
De un país pequeñito llamado Paraguay, viviendo en un país enorme llamado México. Hablo mucho y escribo más. TW & IG: @Jessiquilla

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