Las oficinas del Instituto Nacional de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert), tanto las centrales como las regionales, son la misma puerta de entrada al pantano infecto que yace debajo de montañas de papeles, mapas, planos, altimetrías, deslindes, amojonamientos, agrimensuras y demás términos que rellenan una institución quebrada moralmente y desfondada de credibilidad por generaciones de funcionarios desleales y corruptos.
Nuevecita en el cargo, la actual titular dijo: “Vamos a parar todo el proceso. Yo estoy hace un mes en la institución. Y de algunos temas como este no tengo tanto conocimiento”. El penúltimo escándalo tiene un nombre, Gustavo dos Santos, mascarón de proa de uno de los tantos asaltos filibusteros al ente que ni siquiera es de los más grandes. “Apenas” 3.500 hectáreas que se quiso vender al ente por Gs. 25.000 millones. Le deseamos suerte a la presidenta porque todo lo que se toca allí dentro es como tocar plutonio, condena a muerte segura.
El predecesor de la actual fue Mario Vega, que asume la presidencia en octubre de 2019. Promete “transparentar y realzar la imagen de la institución con la ayuda de todos los funcionarios”. Un año más tarde la policía lo captura por orden judicial por supuesto cohecho pasivo, vulgarmente, coima. Junto con él, caen otros cinco funcionarios.
Antes de Vega estuvo Horacio Torres, quien al asumir en abril de 2019 proclamó urbi et orbi: “Estamos sacando toda la corrupción a flote que había en esta institución…”. Siete meses más tarde renuncia mandando al frente a Carlos Soler, ex gerente de créditos. “Nunca confié en él. Yo le reclamé que no estaba recaudando bien, todo se inició con él”. Y, si él lo dice.
Y antes de Torres, estuvo Justo Cárdenas, quien juraba que “ni él, ni los gerentes o directores estaban involucrados en hechos delictivos dentro de la institución” (julio 2016). En noviembre de 2019, Cárdenas y sus tres hijos debieron comparecer ante la justicia bajo cargos de enriquecimiento ilícito y lavado de dinero.
Podríamos seguir excavando más profundo, hacia el plioceno de la inmundicia que impregna una institución que se está volviendo tan obsoleta como costosa e inútil. Pero no tenemos tanto espacio. Alguien debería escribir la enciclopedia de la corrupción en el Indert. Hay material para varios tomos.