El 22 de febrero de 1934, en plena guerra del Chaco, una comisión especial de la Liga de las Naciones emitió una resolución que proponía a los beligerantes el cese inmediato de las hostilidades y la retirada de las fuerzas de las posiciones que ocupaban al iniciarse la guerra. Eso significaba que el Paraguay debía replegarse hasta la ribera del río Paraguay, además de desmovilizar su ejército y dejar que el territorio en litigio quedara bajo el arbitraje de la Cámara Permanente de la Corte Internacional de Justicia de La Haya.
Naturalmente, esto no fue del agrado del presidente Eusebio Ayala, quien había entrado a la guerra dispuesto a volcar en ella toda su energía. “Pelearemos con toda nuestra energía” dejó dicho quien más tarde sería conocido como el “Presidente de la Victoria”. No es raro entonces que el 23 de febrero, un día después de recibida la resolución, el mandatario dispusiera el retiro de la representación paraguaya de la Liga de las Naciones.
El del Paraguay fue uno más de los tantos fracasos sufridos por el fallido organismo mundial creado en 1919, un año después de finalizada la I Guerra mundial, con el fin de establecer las bases para la paz y la reorganización de las relaciones internacionales. Nació con un defecto genético, ya que Estados Unidos –que había emergido del conflicto mundial como una superpotencia- se negó a integrarla. Su segundo defecto de fábrica fue negarse a incluir en su nómina a Alemania y a Turquía, los dos grandes derrotados, y a la Unión Soviética por su adscripción al comunismo. Poco después, en 1923, Francia decidió ocupar militarmente la rica cuenca del Ruhr pese a los insistentes llamados de la Liga. Tampoco pudo evitar la aplicación del draconiano Tratado de Versalles que consagraba el vasallaje económico de Alemania. Y finalmente, fue impotente cuando Japón invadió Manchuria iniciando un raid devastador por China con feroces abusos, genocidios y depredación sin límites.
Como se ve, la experiencia paraguaya en la Liga de las Naciones no fue la única que demostró la absoluta inutilidad de una organización incapaz de cumplir con los postulados más básicos que le dieron origen.
Si Eusebio Ayala aceptaba la “mediación”, quien sabe que habría hoy en nuestro Chaco.