El príncipe Felipe, esposo de la reina Isabel II y padre de sus cuatro hijos, estuvo casado con ella más de 73 años, y aunque como consorte de la soberana no tenía un rol constitucional, nadie fue tan importante como él en la vida de la monarca.
Felipe, que murió este viernes a los 99 años, asumió un rol extremadamente difícil para cualquiera, quizá más para un hombre acostumbrado al mando naval, que, además, tenía fuertes opiniones sobre una gran variedad de temas.
“Es con gran pesar que su majestad la reina anuncia la muerte de su amado marido, su alteza real el príncipe Felipe, duque de Edimburgo”, señaló el palacio de Buckingham en un comunicado. Felipe de Edimburgo abandonó el hospital el pasado 16 de marzo tras ser intervenido con éxito de una dolencia cardiaca preexistente. “Su Alteza Real murió pacíficamente esta mañana en el castillo de Windsor. Se harán nuevos anuncios a su debido momento”, agregó la nota. El primer ministro británico, Boris Johnson, ha leído un comunicado oficial de pésame a las puertas de Downing Street: “Ayudó a dirigir la familia real y la Monarquía para que permanecieran como una institución indisputablemente vital para el equilibrio y la felicidad de nuestra vida nacional”, ha dicho Johnson.
El marido de la reina Isabel II pasará a la historia como el hombre que caminaba varios pasos detrás de su esposa. Fotografiado en miles de ceremonias, con un impecable uniforme naval o un traje de Saville Row, nunca dejaba la habitación antes que la soberana lo hiciera. De profesión consorte, figurar en segundo plano durante el más largo reinado en la historia de Inglaterra ha sido su papel en la vida. Una misión marginal, para quien no fue ni padre amantísimo, ni marido fiel, ni tampoco el hombre de acción que presumía en su muy lejana juventud.
“No puedo aguantar mucho más”, declaró en tono irónico, cuando en mayo del 2017 anunció la jubilación y el fin de las tareas oficiales. Había participado, según el balance que se publicó entonces, en 22.000 compromisos públicos y había pronunciado más de 5.000 discursos. Era el resumen de siete décadas de ‘servicios’ a la Corona, por el que su esposa se decía reconocida. Considerado durante largo tiempo como un intruso extranjero por el ‘establishmen’t, los británicos le toleraron, aunque no apreciaron las salidas de tono, su talante malencarado y arrogante. Con los años se había convertido en una figura de otra época, un fantasma del pasado.
A punto de cumplir un siglo, Felipe de Edimburgo salió de escena sin dejar un legado digno de ser recordado. El duelo nacional será limitado.