Los males que atraviesan los espectáculos deportivos
Lo advirtió el presidente del club River Plate de Buenos Aires. «Si el bombo lo toca un violento, seguiremos sin bombos, si la bandera la lleva un violento, seguiremos sin banderas». Este sorprendente anuncio tiende a privar al hincha de fútbol, de todas partes y de todos los tiempos, de sus herramientas de expresión más emblemáticas. Si no es posible batir el parche ni agitar los colores del club, qué sentido tiene llenar las tribunas un domingo. La seriedad del anuncio fue reforzada con la decisión de dejar afuera, apelando al derecho de admisión, a unos 300 barrabravas sospechados de vandalismo dentro y fuera de los estadios porteños.
La caballerosidad, el fair play o la simple educación parecen haberse esfumado de los recintos deportivos. La superestrella del tenis mundial, Serena Williams, fue descalificada años atrás de un grand slam y multada con US$ 175.000 tras amenazar a un juez de línea, que le había impuesto una dura sanción, con un sonoro I’ll kill you (Te voy a matar).
Hace unos días, una onda de racismo xenófobo sacudió al fútbol italiano cuando los hinchas del Atalanta la emprendieron a insultos contra el jugador senegalés Koulibaly que milita en el Napoli, segundo en la tabla del calcio inmediatamente después del Milan. La Federación Senegalesa de Fútbol reaccionó calificando de “idiotas descerebrados” a los exaltados tifosi y llenando de elogios al compatriota diciendo que “Senegal y África están orgullosos de ti”. Nacionalismo, pertenencia racial, heroísmo, todos sentimientos muy difíciles de encarrillar una vez que se salen de madre.
Por aquí las cosas no son mucho mejores. En 2014, tres ciudadanos fueron procesados por perturbar la paz al provocar escándalos en la vía pública tras un partido en el Defensores. Debieron comparecer mensualmente ante el juez de instrucción y durante dos años padecieron la privación de beber alcohol, tomar drogas y portar armas u objetos cortantes a riesgo de ser condenados a una pena mayor, según sentencia. Por añadidura, se les vedó el acceso a los estadios de la APS.
“En todo combate entre el fanatismo y el sentido común, pocas veces logra este último imponerse”, razonaba Marguerite Yourcenar, autora de Memorias de Adriano. Y es que pocas cosas son peores que un fanático, ese que no puede cambiar de opinión ni cambiar de tema, como dejó dicho Winston Churchill.
