Aduanas infectadas por la inmoralidad desde tiempo inmemorial
La creación de grandes fortunas en las áreas aduaneras del Paraguay es un clásico. Cuando se quiere señalar la ampulosidad de alguna vivienda particular se recurre a un símil rápido y efectivo: “Parece una mansión de aduanero”, símbolo de enriquecimiento rápido y, casi siempre, de un mal gusto militante. Carreras rápidas en el escalafón, súbita trepada en la pirámide social y, siempre, exhibicionismo pornográfico. Pero esa es la anécdota, la fachada de un submundo mucho más siniestro e inmoral.
Todo ese dinero rápido y difícil de trazar se genera en las aduanas mediante diversos métodos. Los ejemplos de manual son la coima y el soborno. Para ajustar la terminología al Código Penal, la coima se genera cuando un funcionario solicita, se deja prometer o acepta un beneficio ilícito por facilitar un tramite cualquiera. Se lo llama cohecho pasivo. En cambio, cuando el que tiene la iniciativa de ofrecer pagos ilícitos es el ciudadano que acude a una aduana, se lo llama soborno, o cohecho activo. En ese pantano corre mucha plata, chica, mediana o grande.
La otra gran cantera de fortunas rápidas es la violación de contenedores, robo de mercancía y su reducción en depósitos clandestinos especializados en colocarla inmediatamente en el circuito comercial informal, vulgo, mercado negro. Es por eso que, como en la cadena espuria del contrabando, vemos de pronto “ofertas de temporada”: limpiaparabrisas, alfombras para autos, cargadores y estuches de celulares, utensilios de cocina y toda clase de objetos comerciables.
Y luego está la otra gran pieza de la que salen las fortunas más gordas: la reducción de objetos, artículos y hasta vehículos incautados tras algún operativo anticontrabando que, guardados en depósito fiscal, esperan su nuevo destino vía concurso de precios, licitación pública o subasta, todo realizado a la vista y debidamente documentado, aunque suene redundante decirlo. Los que chapotean en esta cloaca se convierten en extorsionadores al ofrecer al dueño su propia mercancía previo pago de un jugoso rescate. Por eso nuestro titulo de ayer, “pelea de gángsters”, le va como anillo al dedo a un submundo de pandilleros que se reparte un botín gigangtesco por turnos, casi fraternalmente, tal como lo hacían los filibusteros del Caribe.
Suena tenebroso y profundamente inmoral.
Pero es la realidad