Cristian Nielsen
Paí Oliva, algunos meses antes de su expulsión del país.
Fue a comienzo de los ’70. El país vivía una sorda convulsión interna generada, entre otras cosas, por un régimen opresivo que cerraba o condicionaba todo canal de comunicación pública mientras el “establishment”, reforma constitucional mediante, se aseguraba la “legalidad” de la reelección indefinida de Stroessner.
Esto hizo reaccionar a la Iglesia. Poco después de promulgada la nueva “carta magna”, la Conferencia Episcopal Paraguaya emitió un pronunciamiento advirtiendo que la reforma constitucional “consagraría una estructura personalista y dictatorial”. Este encrespamiento de la relación Iglesia-Estado llegó al climax cuando en febrero de 1971, el arzobispo Ismael Rolón anunció su decisión de no ocupar el curul que le correspondía, por ley, en el Consejo de Estado.
En una entrevista publicada en 1981, Rolón no se deja arrastrar a la antinomia vigente entonces -comunismo-anticomunismo- al preguntársele el porqué de su decisión. Dice: “El comunismo no es un fantasma creado por la imaginación o por miedo a perder privilegios o por la intriga. Es una dura realidad. Puede suceder cuando hay extremismos de regímenes que, enarbolando una doctrina no-comunista, la vida tenga calamidades típicas del comunismo: prepotencia, violencia, oligarquía, terrorismo…” (La Palabra de Nuestro Pastor – Asunción, 1984). En la liturgia verbal de entonces, llena de parábolas y significados por extensión, aquello quería decir lisa y llanamente: Vivimos en una dictadura.
FRENTE A FRENTE
Poco después, en 1969, el entonces gobernador del estado de Nueva York, Nelson Rockefeller, aterrizaba en Asunción. Hacía 10 años que ocupaba el cargo y aún se quedaría cuatro más cuando se entrevistó con Stroessner dando lugar a protestas públicas inéditas. Centro asunceno con marchas de repudio, gases, camiones hidrantes, todo un escenario más ajustado al mayo francés o a la masacre del “zocalo” mexicano que de la tranquila y provinciana Asunción.
Las comisarías empezaban a llenarse mientras los batallones de choque de Ramón “Hurra” Aquino de la Chacarita atropellaban la facultad de Ingeniería y repartían garrote y alambre trenzado a mansalva.
Poco de esto llega a la gente. Para las radios no era noticia y para la televisión, apenas salida del cascarón, los informativos no eran un insumo esencial en su programación, como sí lo eran los programas infantiles, las tiras tipo Don Gato y su Pandilla y los shows dominicales. Los diarios (La Tribuna, ABCColor) intentaban algo parecido a una crónica de los hechos pero en medio de enormes restricciones.
Rolón había intentado entrar a las comisarías que desbordaban de detenidos incomunicados. Fue rechazado en cada uno de sus intentos y fue así como el poderoso ministro del Interior Sabino Augusto Montanaro y el jefe de Policía, Alcibíades Brítez Borges, marcharon directamente a la excomunión.
Paralelamente, el régimen había decidido cerrar Comunidad, el órgano oficial de la Conferencia Episcopal Paraguaya y expulsado del país a dos sacerdotes: el uruguayo Uberfil Monzón y el español Francisco de Paula Oliva.
PAI OLIVA
Durante la ocupación del templo y colegio de Cristo Rey, rodeado de policías uniformados y de civil, los pocos periodistas que por entonces habíamos sido comisionados para cubrir el suceso no teníamos mucho más que hacer que recoger testimonios colaterales: vecinos, madres preocupadas por sus hijos atrincherados en la iglesia, fotos periféricas, etc. Era imposible hablar con los sitiados a los que se les había cortado el teléfono, la luz y el agua. Ni el sitio de Masada fue mejor planificado. Nos hubiera completado la jornada hablar con alguno de los estudiantes, pero… ¿cómo?
Yo trabajaba entonces en La Tribuna y el fotógrafo estrella era Antonio Valdivieso. Los dos nos habíamos refugiado en la Casa de los Jesuitas, sobre la calle Colón. Valdivieso quería intentar colarse a través de la casa de un amigo suyo sobre Ana Díaz y tratar, por lo menos, de hacer algunas fotos del patio de la iglesia y, con suerte, llegar a alguno de los “subversivos”.
Fue entonces que Paí Oliva nos dio una mano, además de un walkie talkie Motorola, de los grandes, para hacérselo llegar a los estudiantes y de esa manera quebrar el bloqueo. Valdivieso lo calzó, a modo de una pistola, bajo el cinturón en la espalda, justo donde cargaba su valijín cuadrado con toda la parafernalia fotográfica de entonces. Así pertrechados subimos a la furgoneta del diario -creo que una Renault gris- y cuando pasábamos por Ana Díaz nos bajamos a la carrera para entrar a la casa del amigo de Valdivieso. Y bien, es imaginable. Aquello desbordaba de policías y pyragués. Era como intentar un asalto a Investigaciones. Mala idea. Fuimos a devolverle el walkie a Paí Oliva quien, sin decirlo, había previsto aquel desenlace pero no había podido resistirse al intento.
AÑOS DE TRUENO
Paí Oliva es un referente insustituible al hablar de aquellos turbulentos años. Criado en un hogar de Sevilla durante la guerra civil de 1936 a 1939, Oliva sufrió todos los avatares propios del franquismo que se tomó su revancha sangrienta contra la “insurgencia” republicana sobreviviente al conflicto.
En 1964 llegó al Paraguay y aparte de su vocación sacerdotal puso de inmediato a trabajar su otro compromiso, los jóvenes y la comunicación. Fue un impulsor incansable de la carrera de periodismo en la Universidad Católica y hasta su expulsión del país, su tarea corrió parejas con el surgimiento de la UC, la rama de sociología y su derivada inmediata, los medios de comunicación. Identificado por la dictadura como un enemigo temible, Oliva partió un día -como el lo refiere- hacia el exilio en su tierra materna.
Recordando tanto sus orígenes como su andar por América, Oliva se define de esta forma:
“Tanto en mi casa como en la Compañía, hasta mi llegada al Paraguay, ¿cómo era yo? Lo voy a decir sin ambages y riéndome un poco de mí mismo: «era un niño bueno». Pareciera que América me hizo «malo». Lo cual tiene esta única traducción: «me despertó» (“Paí Oliva, una vida en dos orillas” – Huelva, 2008).
Y con él despertó, sin duda, gran parte de un Paraguay dormido hasta entonces. Fueron días de trueno de los que pocos se acuerdan, o quieren acordarse.