Los siguientes ejemplos tienen un valor didáctico. Revelan la situación terminal que puede alcanzar un Estado que regala dinero a manos llenas y que intenta rellenar sus gigantescos agujeros fiscales emitiendo moneda sin valor o creando impuestos que orillan el delirio.
En Argentina están por implementar el denominado “aporte solidario y extraordinario para ayudar a morigerar los efectos de la pandemia”; o impuesto a las grandes fortunas que se cruza con otro tributo, el de bienes personales. La combinación genera una doble imposición que ataca especialmente el patrimonio de empresarios agropecuarios que ven esfumarse la posibilidad de reinvertir utilidades en renovación de maquinaria e inversión en tecnología. Es decir, la poca renta que les queda luego de que el Gobierno se lleve el 33% del valor de su producción.
Luego está la denominada “tasa alfajor Jorgito”, creada por un municipio de la provincia de Buenos Aires y que tendrán que pagar productores y empresas del distrito para financiar un bono destinado al salario de los empleados municipales.
Pero quizá el más original de todos, por el momento, sea el impuesto aprobado por el municipio patagónico de Puerto Madryn, provincia de Chubut. El concejo deliberante, indudablemente acorralado por la caída de los ingresos, no encontró mejor fórmula que cargar una tasa municipal del 4,5% a la facturación de las empresas que producen energía eléctrica de origen eólico, novedad que la gente no tardó en bautizar como “impuesto al viento”. Analistas del sector energético hicieron notar de inmediato esta nueva incongruencia de la política fiscal argentina.
Para evitar la suba de tarifas en la energía generada con usinas térmicas el Gobierno las subsidia, mientras les cae con tributos extra a las que emplean aerogeneradores. En resumen: subsidian las energías sucias y cargan de impuestos a las energías limpias. Lo más parecido al caos, la desorganización y la ausencia de gobierno.
Sabemos, desde hace tiempo que todos los gobiernos argentinos han fallado en controlar la inflación e impulsar el desarrollo. En lugar de ello, han quebrado el Estado y contraído una deuda descomunal, desestimulando cualquier intento de inversión de capitales tanto nacionales como externos.
Como lo advertimos siempre: cuidado con los contagios. No hay vacuna contra la peste populista.