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¿De la muerte y los impuestos no se puede escapar?

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Ante el último aumento que se registró en la canasta familiar, la explicación con la que coinciden desde los gremios hasta los economistas y las asociaciones de comerciantes es que se trata de un fenómeno global, donde influyen los precios del mercado internacional y la suba de combustibles.

Las carnes tienen una demanda mundial importante en los últimos años, y no es que se está exportando todo lo que Paraguay produce, ya que solo se envía el 70% y el resto queda en el país, pero esa demanda mundial es la que finalmente fija unos precios que recaen en los bolsillos de la ciudadanía, y ante la consulta sobre si se podría importar carne de los países vecinos, la verdad es que los cortes están más caros afuera que adentro, salvo que se traigan de contrabando perdiendo la cadena de frio y exponiendo al consumidor a enfermedades e intoxicaciones.

Además de arruinar la producción nacional que invierte, paga impuestos y tiene en su contra la falta de infraestructura vial adecuada en comparación con sus vecinos (Si bien en los últimos meses se ha ampliado el desarrollo vial en el país que según estudios requiere el 7% de PIB de inversión anual si queremos ser competitivos).

Para el economista Amílcar Ferreira se habla de que en el mundo el “reacomodo” de la economía internacional se daría en un periodo de 24 meses y se espera que los desajustes que se están viendo en todos lo ámbitos, la demanda que empieza a reactivarse y la oferta que aun no puede seguirle el ritmo, finalmente y si es que no tenemos un nuevo evento a nivel global como lo fue la pandemia, el equilibrio se estaría alcanzando para el 2023.

El mercado local compite con el mercado internacional, cuando de consumo de producción local se trata y si a esto le agregamos un detalle no menor: El paraguayo es uno de los mayores consumidores de carne per cápita, los terceros en el mundo, y este hábito cuando se ve afectado por el precio, claramente produce un descontento generalizado, pero se debe entender que no deja de ser una influencia de procesos externos propios de una economía globalizada y no es que un grupo de ganaderos se sientan en una mesa y empiezan a ponerle precios a los cortes, de hecho el productor no tiene nada que ver con el precio final que llega a las góndolas.

AUMENTOS EIMPUESTOS
Nuevamente surge el debate que en las próximas semanas volverá al Congreso Nacional con dos proyectos que ya ingresaron, uno es del Diputado Hugo Ramírez que propone deducir por ley las compras de supermercados para los ciudadanos inscriptos como personas físicas (unos 708.000 contribuyentes) y desde el Senado, Salyn Buzarquis propone la deducción del 30% del gasto que se genera en el supermercado al momento de presentar las declaraciones juradas todos los meses.

Claramente la propuesta de diputados es la que tiene mayor popularidad entre la ciudadanía, y en ambos casos la justificación va por el camino de la justicia tributaria y la lógica que reconoce que si solo el 30% de quienes hoy aportan al IVA también pagan Renta Personal, un 70% de los contribuyentes se verán tentados a comprar de comercios que no expidan facturas, que no cobren IVA y que incluso oferten mercaderías de contrabando.

El acceso a este mercado no es algo difícil, en Paraguay uno puede encontrar en semáforos, avenidas y calles concurridas pequeños puestos que ofrecen todo tipo de productos, desde limpieza para el hogar, jabón el polvo, elementos de higiene personal o pollos de contrabando que en los últimos meses pusieron en jaque a la producción avícola del nacional.

Un importante porcentaje de los impuestos que ingresan al Estado son para gastos corrientes, en su mayoría sueldos de funcionarios públicos, ya que si nos enfocamos en los proyectos de construcción o en las políticas públicas de inversión de alto impacto casi siempre existen donaciones o préstamos internacionales.

Este escenario y los datos que se adquieren desde el sistema de acceso a la información pública hacen que la percepción ciudadana sobre la inversión de sus impuestos termine claramente en una desconfianza a la clase política, que tarde o temprano desemboca en ingobernabilidad.