Cristian Nielsen
“Más doctores fuman cigarrillos X que ninguna otra marca”.
Si reemplazara la X por la etiqueta que a mediados del siglo pasado proclamaba este eslogan, muchos lectores no terminarían de asombrarse.
Pero espere, hay más. En los años ’50 se impusieron los denominados vinos quinados, una bebida con una graduación alcohólica de 15% en base a quinina, un alcaloide extraído del cinchona officinalis o quina, nombre común del árbol del que proviene. Y créase o no, este vino se daba a los niños para combatir la inapetencia y a veces los estados febriles, constipación o catarro común. “Quina Santa Catalina, es medicina y es golosina” especificaba un anuncio en los periódicos de un siglo atrás.
No, no estaban todos locos. Era lo que la gente creía de buena fe, sobre todo si había detrás de cada anuncio la palabra de algún médico o nutricionista.
VINO NUTRITIVO – El servicio que hoy prestan las redes sociales es increíble. El sitio Pinterest, por ejemplo, nos ilustra sobre publicidades que si hoy se las insertara en diarios, televisión o en los portales web, sus responsables serían procesados por atentado a la salud.
Un aviso cuadro aseguraba que el vino es la más sana y la más higiénica de las bebidas. Es más. Equiparaba el valor nutricional de un litro de vino al de 90 centímetros cúbicos de leche, 350 gramos de pan, más de medio kilo de carne y nada menos que cinco huevos.
Otro anuncio más específico se dirigía a las mujeres. Cierto Dr. Arsenio O’Cherony recomendaba a las mujeres delgadas beber su vino San José, un tónico que garantizaba pronta reconstitución física, especialmente a las jovencitas con “desarreglos fisiológicos”, expresión que en aquellos días de moral victoriana reemplazaba a la palabra menstruación.
HISTORIETAS – En España llegó a ser bastante popular cierto héroe de caricaturas -tebeos dicen allí- llamado Kinito, que copó las pantallas infantiles de aquellos días. El personaje lograba una fuerza casi sobrehumana tomando vino quinado con 15% de alcohol, algo así como un Popeye de los reconstituyentes infantiles. Para tener una idea de la seriedad con que se encaró este emprendimiento, fue el mismísimo Francisco Ibañez, a quien se debe la creación de los personajes Filemón y Mortadelo vigentes aún, quien diseñó y elaboró las andanzas de Kinito.
Como era de esperar, el tiempo se encargó de hacer aquello en lo que el sentido común parecía haber fallado. Fue cuando el Gobierno le aplicó a la campaña publicitaria la ley de peligrosidad social. Adiós Kinito y adiós vino quinado para niños.
FUMAR ES SALUDABLE – Un tango de Carlos Gardel dice: “Fumar es un placer, genial, sensual/y mientras fumo mi vida no consumo/porque flotando en humo me suelo adormecer…” etc.
La letra, cantada por el “morocho del Abasto”, era arte. Hoy, sería una apología al cáncer.
Del disfrute gardeliano pasamos a la recomendación médica. “Déle unas vacaciones a su garganta, fume cigarrillos X” proclamaba un médico exhibiendo un paquete de una marca muy conocida aún en estos días. Otro diplomado, esta vez un odontólogo, aconsejaba una marca específica de tabaco para “bajar la irritación de la garganta”.
Y eso no es todo. Otro aviso cita un número muy específico de facultativos, 20.195, inclinándose por cierta marca que, más que suerte, otorgaba la garantía de acabar con “esa molesta y antiestética tos”.
Hasta el premio nobel de literatura Eugene O’Neil se fotografió sentado en su cama hospitalaria y fumando ostentosamente tras someterse a una intervención quirúrgica.
BEBES MODELOS – Y aunque parezca el colmo, según cánones de hoy, el siglo pasado se empleaba bebés para graficar las bondades de tal o cual marca de cigarrillos o de tabaco de mascar.
Una de ellas prometía “una masticación limpia y duradera” y también “un humo fresco y dulce”. Por añadidura, ofrecía virtudes sedantes y antiácidas.
Otro aviso presentaba una familia feliz, padre, madre, abuelos y nietos, envueltos en el humo del cigarrillo que impregnaba la escena. Y una frase que anunciaba: “Algo nuevo ha llegado, algo que eleva un escalón más el placer de fumar”.
Hubo un tiempo en que las madres combatían el dolor de oídos de sus hijos soplándole humo de tabaco en una oreja.
Costumbres de una época no demasiado lejana que hoy nos parecen no solo repulsivas sino simplemente peligrosas.
Una vez más, citaremos a Cicerón y su sabiduría de siglos, recordando. “Oh tiempos, oh costumbres”.