En 1972, Gerardo Fogel advertía del peligro que las drogas encerraban para los jóvenes
Cristian Nielsen
Fue a principios de 1972. Se desarrollaba en el salón de eventos del aún flamante Hotel Guaraní un congreso nacional e internacional de sociología, una disciplina que el régimen miraba siempre con sospecha. En esa ocasión, los congresistas evaluaban las transformaciones sociales en progreso. Paraguay tenía entonces 2.357.000 habitantes, el 62,6% viviendo en el campo y sólo el 37,4% en las ciudades. Ahora es fácil tener acceso a este tipo de estadísticas. Pero en aquellos días, eran un secreto guardado bajo siete llaves por funcionarios celosos que se consideraban dueños absolutos del Estado… y de hecho, lo eran.
Por eso sorprendió la fluidez, actualidad y la articulación argumental conque un concurrente se dirigió a la audiencia abordando un tema difícil y complicado de exponer. Era el Dr. Gerardo Fogel, doctorado en Francia en sociología del desarrollo y planificación social. Fogel ofreció una verdadera clase magistral, acumulando dato sobre dato sobre las tendencias que ya por entonces se insinuaban en cuanto a la transformación de la sociedad paraguaya migrando de la ruralidad a lo urbano. Puso foco sobre la juventud, abriendo un signo de interrogación respecto a un tema: la irrupción de los psicotrópicos. Habló sobre drogas de entrada, drogas duras, sus efectos y su impacto social. No era habitual, por entonces, escuchar un lenguaje tan descarnado en un discurso público.
Hace de eso, 50 años.
RICORD, EL COMANDANTE
Fogel dejó picando la pelota. ¿Éramos un país de tránsito, de producción o de consumo?
De las drogas se hablaba en voz baja. Se consideraba fantasioso que movieran fortunas en una economía que a principios de los ’70 exportaba apenas 80 millones de dólares.
De vez en cuando algún episodio escapaba a las férreas garras de la censura -peor aún, la autocensura- que padecían todos los medios de comunicación, que en realidad se limitaban a una docena de radios, un par de diarios con información más o menos actualizada y nada de televisión.
Y lo que pasaba era mucho. Lo habría sido aún para esta era de redes sociales, streaming, diarios digitales y portales de noticias. En 1971 era detenido en Asunción un tal Augusto Ricord, un francés nacido en Córcega conocido por su apelativo de Il Commandante. A él se le atribuía la creación de la French Connection, una red que contrabandeaba heroína desde Indochina a través de Turquía, de allí a Francia y con Estados Unidos y Canadá como destino final.
Ricord poseía una especie de apart hotel llamado París-Niza camino a Itá Enramada. Su nombre había sonado con fuerza en la Oficina de Estupefacientes y Drogas Peligrosas de EE.UU., predecesora de la actual DEA. Cinco integrantes de la red, arrestados mientras intentaban contrabandear cincuenta kilos de heroína a Estados Unidos, habían cantado el nombre de Ricord. El francés era protegido, según las autoridades estadounidenses, por altos oficiales del ejército implicados en el tráfico de heroína. Finalmente, el Departamento de Estado apretó algunas clavijas y Ricord fue extraditarlo en septiembre de 1972 para ser sentenciado a 22 años de prisión de los cuales solo cumplió 10. Perdonado el resto de su condena, sus últimos años los pasó en el Paraguay.
DEL TRANSITO AL CONSUMO
En 1973, la revista Selecciones del Reader’s Digest publicó un artículo titulado “Secretos del tráfico de drogas en Sudamérica” en el cual se vinculaba al entonces todopoderoso general de caballería Andrés Rodríguez con la protección directa del narcotráfico. El régimen reaccionó como era de esperar: decomisó los ejemplares con ese contenido con la esperanza de que el tema no se difundiera. Fue en vano. La gente cruzaba a Foz de Iguazú para comprar la revista, que se editaba en Brasil, ejemplares que luego circularían hasta quedar deshechos por el uso.
En décadas siguientes, las capturas, decomisos, detenciones, procesamientos y sentencias fueron in crescendo junto con la aparición de organizaciones criminales altamente tecnificadas, que operan cómodamente, y con capo-narcos que hacen ampulosa exhibición de riquezas alternando en los más altos niveles sociales.
De un país de tránsito se pasó rápidamente a uno de producción y, paralelamente, de consumo en todos sus niveles.
PEQUEÑAS GRANDES TRAGEDIAS
Se los llama los invisibles, los sumergidos, los marginales, los desposeídos. Hay decenas de calificativos para describir a esa franja de edad cada vez más baja de niños y adolescentes que entran rápidamente al consumo de todo tipo de psicotrópicos con diversos grados de adictividad.
Las tres drogas madre que dan lugar a una creciente variedad de subproductos son la marihuana, la cocaína y el crack, esta última, una combinación de clorhidrato de cocaína y bicarbonato sódico. Su fraccionamiento y combinación con otras sustancias las vuelven accesibles a los consumidores de menores recursos. Esta característica multiplica la ganancia de los dealers y asegura una clientela fija capaz de robar y hasta matar para conseguir una dosis. Un informe de 2019 de la Senad indica que el uso de cannabis se da mayormente en colegios privados, en donde el 7,3% de los alumnos encuestados afirmó haberla consumido alguna vez en la vida, el 4,9 % que la utilizó en el año y el 2,8% que la consume regularmente.
¿ESTADO INMOVIL O COMPLICE?
A partir del último tercio del siglo pasado, el Paraguay ha viajado desde el país de tránsito al de producción y consumo. La droga ha generado una subcultura de la destrucción que atraviesa toda la sociedad. Las organizaciones delictivas se han consolidado, adquirido alta capacidad financiera y mucho poder de fuego. Nada las detiene. Su campo de acción se expande y su impronta permea todos los niveles del Estado y del Gobierno. Mientras, los políticos chapotean en un sucio carnaval de agravios acusándose unos a otros de recibir dinero por contribuir, por acción u omisión, con el creciente narcoestado.
Fogel, hace 50 años, levantó parcialmente el velo que cubría ese mundo por entonces emergente.
Pasó medio siglo, el interrogante ha sido develado… pero no aprendimos nada.
¿Tendremos que acostumbrarnos a vivir con esta realidad?