El Partido Colorado acaba de atravesar una turbulencia interna que lucía mucho más amenazadora antes que después de la asamblea llamada para renovar autoridades. A la mesa directiva se le renovó licencia por dos años y quienes proponían un cambio debieron retirarse a sus trincheras a lamerse las heridas hasta el 2023, que no será un año tranquilo sino todo lo contrario, ya que habrá que elegir entonces nuevo Gobierno.
La idea que venía agitándose en el sentido de que el partido de Gobierno y el Gobierno mismo están en manos de mafias delincuenciales regidas por patrones dictatoriales y filo estronistas no ha podido resolverse dentro de la lucha por el poder en la ANR. Así que la controversia se traslada ahora a dos escenarios electorales próximos: las municipales de 2021 y las nacionales de 2023, con sus respectivas internas.
La conflictividad al interior del PLRA, el otro gran protagonista de la lucha política, no escapa demasiado al modelo colorado. La originalidad no es precisamente su marca ya que se reduce a denuncias de desfalco de las arcas partidarias y maniobras diversas dirigidas a perpetuar en el sillón de la calle Iturbe a la actual directiva. Triste y gris panorama, que no entusiasma a nadie a participar, salvo que el elector interno se conforme con elegir próximamente al candidato que acumule menor cantidad de acusaciones por fraude, robo, etc.
La tercera fuerza, si es que podemos llamarla así, agita sus desflecadas banderas setentistas de reforma agraria previa recuperación de tierras malhabidas, combate a la sojización, etc. A la inversa de los dos grandes operadores partidarios, el Frente Guasú no muestra grietas, todos hablan el mismo idioma aunque sus reivindicaciones necesiten una urgente actualización espacio temporal para adecuarlas al siglo XXI.
En una mirada de conjunto, la política paraguaya no presenta los síntomas de nuestros vecinos más próximos. Chile, después de largas jornadas de fuego y sangre, va camino a renovar su Constitución tras perder la confianza en sus políticos. Perú no da pie con bola y consume presidentes a ritmo vertiginoso. Argentina se debate en un gobierno bifronte sin horizonte y en Brasil, a Bolsonaro empiezan a pasarle factura.
Ante semejante pandemónium, aquí vivimos una especie de “pax romana”. Ojalá dure.
