Desde Madrid
Benjamín Fernández Bogado
Enviado especial de El Independiente
Cada 12 de octubre convergen ideas en torno a un hecho que cambió la historia del mundo conocido. Algunos lo llaman descubrimiento de lo que luego se denominaría América, otros buscando suavizar las cosas la califican como «encuentros de dos mundo», los más radicales el inicio del saqueo, algunos la ausencia de reconocimiento de los valores y aportes amerindios que habían construido civilizaciones portentosas como las que podemos maravillarnos hoy en Perú ,México o Paraguay.
Las concurridas Ramblas de Barcelona comienzan o acaban en la turística estatua a Cristóbal Colón, el navegante genovés que buscando las especias hacia la India acabó en lo que se denomina América. Aquí en Barcelona colectividades latinoamericanas bailan, cantan y gritan consignas contra este particular encuentro.
López Obrador interpreta aquello como un agravio y decide sacar la estatua al genovés por considerarla ofensiva a la memoria de ese país que recuerda 200 años de independencia. Las consignas que se gritan parecieran rescatar más los inconformismo de una sociedad que emerge de la pandemia con más contradicciones y aparentemente estimulan aún más los radicalismos.
España acoge a varios exiliados económicos entre los cuales los nuestros suman más de 100 mil. Uno puede ver en las calles de Barcelona sucursales del Banco de Pichincha de origen ecuatoriano que brinda servicios a más de medio millón de sus compatriotas radicados en este país.
La visibilización es tan importante como la victimización y en el medio los radicalismos sorprenden como la respuesta dada por un representante de la cultura de la autonomía madrileña de apellido Cantó quien dice que todos los latinoamericanos debemos agradecer a los españoles porque gracias a su obra civilizadora varios seres humanos se salvaron incluso del canibalismo.
La exageración es sin límites cuando afirma que con ese encuentro se salvaron más de 70 mil personas que eran devoradas en ofrendas humanas colectivas!. Con este tipo de reacción lo que se viene del otro lado e incluso desde el interior de España está dominada por la tirria, el insulto y el combustible del odio del que muchos abrevan para contaminar la relación entre ambas orillas.
Si uno camina por Barcelona no puede menos que comparar el parecido de varias calles y avenidas de Buenos Aires y tampoco puede dejar de relacionar la abierta hospitalidad de nuestros países luego del desastroso efecto de la guerra civil cuando millones salieron a vivir en nuestros país y nunca regresaron al suyo. La hambruna luego de 1939 se enfrentó con toneladas de comida proveídas por países como Brasil, Argentina o México.
Este último país se benefició de la presencia de Buñuel, los argentinos de Ortega y Gasset que llevaron a nuestros países signos claros de modernidad en varios aspectos de la cultura.
Debe acabar
El odio como política de Estado es irracional y lo único que consigue es agitar los extremos de una relación social que está llena de coincidencia. Construir desde la cultura esos vínculos es fundamental para acabar con las poses y actitudes con las que se pretende dejar a un lado elementos comunes que nos nutren a los habitantes de este territorio común de la que somos tributarios.
Madrid la capital español luce como siempre radiante y atractiva moviendo de nuevo el turismo que es la fuente de ingreso principal de España.
La Estación de Atocha está llena y los aeropuertos comienzan a movilizarse en los volúmenes anteriores. Los cruceros han vuelto a surcar los mares desde el movido puerto de Barcelona hacia las Islas Baleares que por avión es un viaje de 10 minutos y por mar llegan a tres horas. También hay tensiones culturales muy profundas en la propia España y a veces las afirmaciones radicales lo que buscan es intentar cohesionar lo que se encuentra roto hacia adentro.
Somos parte de un mismo espejo que uno encuentra más coincidencias que elementos que nos separan. Más allá del idioma están los gestos y las actitudes que tendrían que ser puestas en valor y para eso debemos destacar los valores comunes dejando a un lado la provocación y el insulto.