Por Cristian Nielsen
La bomba explotó hacia 1964.
En Inglaterra se había puesto de moda un modelo super compacto lanzado por la firma British Motor Company para sus modelos Austin Cooper, versión mini. El gurrumino estaba llamado a convertirse en un clásico de la industria automotriz británica que alcanzaría a perdurar mas de 70 años con sus permanentes actualizaciones y puestas en valor.
Pero en realidad, su historia no nos interesa por el momento sino más bien a lo que dio lugar. Una compatriota del diminuto cuatro ruedas, la señora Mary Quant, sintió una abrupta inspiración al observar de cerca al MiniCooper y se le ocurrió que el prefijo mini vendría muy bien para revolucionar la moda de entonces… que dicho sea de paso estaba sumergida aún en el denso traperío de la era victoriana, con faldas arrastrando por el suelo.
VA LA MINI FALDA
De un día para el otro, la diseñadora puso en el mercado una falda corta, 30 centímetros por encima de la rodilla, algo desmesuradamente atrevido para la época. Muy pronto las pasarelas se llenaron de versiones de la innovadora prenda y sería Leslie Lawson, la supermodelo y cantante británica más conocida como Twiggi (diminutivo inglés para “ramita”) la que catapultaría al mundo el icono por excelencia de mujer delgada, elegante y mostrando mucho más de lo que las normas de entonces estimaban “socialmente aceptables”.
Entre los Beatles, Twiggy y la minifalda y el MiniCooper, el “british way” empezó a expandirse por el mundo como un incendio forestal. Era como una revancha del extinto Imperio Británico que después de perder la “joya de la corona”, la India, entró en una etapa de decadencia sin retorno. Pero Mary Quant y su desbordada imaginación habían hecho el milagro, aun a costa de hacer trizas los últimos restos de moral y estética victorianas.
¡VADE RETRO, SATAN!
Las jóvenes y no tan jóvenes del mundo se arrojaron sobre este hallazgo como sobre un tubo de oxigeno que revitalizó la moda de la noche al día. Para usar minifalda solo hacía falta tener una silueta esbelta y lindas piernas… o simplemente de 15 a 21 años. Quien miraría el resto ante semejante espectáculo.
Pero, había un observador severo e implacable. Que por otra parte, no tenía una sola voz o una sola postura. En 1967, el entonces Papa Pablo VI quiso tener un “approach” a la comunidad de actrices italianas y las convocó al Vaticano a una audiencia. Entre las sorprendidas estrellas de la pantalla estaba Claudia Cardinale, por entonces en la cumbre de su belleza y de su carrera cinematográfica. Ella fue la única que, vestida rigurosamente de negro, acudió a la cita vistiendo una minifalda. Entonces, ante el ceño fruncido de los cancerberos purpurados que lo rodeaban, el Pontífice se acercó a Claudia y le susurró unas pocas palabras al oído. Los circunstantes vieron con sorpresa cómo la actriz abandonaba precipitadamente el lugar para buscar refugio en una habitación contigua. Allí la hallaron arrasada en lágrimas. ¿Qué había pasado? ¿La recriminó el Papa por ir con minifalda? No. Paulo VI le había dicho que conocía el triste episodio de la adolescencia de Claudia, cuando fue abusada sexualmente y tras dudar mucho, la actriz nacida en Tunez decidió tener aquel niño que ese día tenía 17 años. “Fuerza, Claudia, y cuida mucho de ese niño” la había animado el Papa.
Pero no todos eran Giovanni Montini. Otros jerarcas de la Iglesia Católica condenaban sin apelación la nueva moda. Los asistentes a un encuentro mundial de familias en México recibieron de la arquidiócesis organizadora esta –y otras- recomendaciones: “Si quieres evitar una agresión sexual… No uses ropa provocativa…” Y la minifalda estaba catalogada como una verdadera herramienta de satanas, concebida y perfeccionada para la perdición de las mujeres.
PALMEANDO A LO GRANDE
El los “buenos viejos tiempos” de las palmeadas asuncenas, la minifalda fue el uniforme de batalla de las adolescentes y jovencitas que cada 21 de setiembre celebraban el “día de la juventud”. El ritual empezaba a media mañana con las primeras afluencias de paseantes. Las chicas, en grupos de diez o doce, rigurosamente tomadas del brazo, recorrían la calle en todo el trayecto convertido en peatonal desde Mexico hasta Colón. Los comercios alhajaban lo mejor posible sus vidrieras y los puestos callejeros se convertían en una suerte de mall o shopping a cielo abierto porque los vendedores callejeros se esmeraban instalando sus puestos de venta con las mejores galas.
Hacia el mediodía, cuando los animos se exacerbaban, la música llegaba a su maximo volumen y la cervecita corría a raudales, la prudencia aconsejaba ir evacuando la plaza, con las “minifalderas” en primer lugar para evitar malentendidos.
SOBREVIVIENTES
Hoy, la minifalda ya no conmueve a nadie pues el arte de mostrar ha sido llevado a niveles infinitos. El MiniCooper, por otro lado, ha rejuvenecido y vuelto al mercado tan tuneado que es hoy por hoy uno de los autos más caros de la plaza.
Y The Beatles, por supuesto, consagrados como una leyenda que cobra cada día mayor estatura y profundidad.