Atender requiere hoy un alto nivel de concentración y nula distracción, que con el teléfono encendido es un desafío casi imposible por la cantidad de elementos que exigen vigilancia y donde también aunque en las redes sociales el absurdo sea frecuente, también existe el trabajo y enlace con seres queridos, amigos o familia ubicados a miles de kilómetros de nosotros. Vivimos distraídos y desconcentrados.
Esta crisis no se limita a ser solo patrimonio de los millenials ni de ninguna otra generación es un problema intergeneracional. Los teléfonos con sus múltiples aplicaciones, distraen nuestra propia distracción y a veces ponen en peligro la vida de las personas ya que no pocos accidentes ruteros han ocurrido por prestar atención al teléfono y no a la conducción.
Solo pido que antes de criticar a un grupo etario determinado ver si las mutaciones que se han dado por esta crisis de atención y el impacto que tiene en las relaciones interpersonales. Debemos recuperar los tiempos y espacios para el desarrollo de cada actividad sin interferencia que empobrecen nuestra relaciòn de conversar con nosotros mismos, no temer a estar solos, a disfrutar de un buen libro y de una buena conversación. En estos días estuve observado el comportamiento de las parejas en un restaurant donde el eje dominante era el teléfono celular y no el placer de estar juntos..
Debemos estar más enfocados en nuestros objetivos dejando de lado todo elemento que nos distraiga y ahí nos daremos cuenta que el verdadero poder de la vida está en el decir, en el conversar con uno mismo, en la soledad y no en los sorbos de conversación que nos fuerzan en el chat.
Hay que recuperar el valor del tiempo y enriquecernos en una rutina recompensante que nos enriquezca como seres humanos.-