La recuperación económica de Paraguay se fue acelerando en las últimas semanas, pero ahora parece estar colgando de una cornisa, y lo que podrá salvarnos o empujarnos al precipicio es si la gente se relaja demasiado o no con las medidas sanitarias. Las autoridades no están muy tranquilas dependiendo de nuestra conducta, pero retroceder en las fases es la última opción por el costo político.
Si bien no puede decirse que el número de contagiados se haya disparado, sí hubo un aumento de pacientes cuyo deterioro requiere asistencia respiratoria o incluso la temida intubación.
Hay distintos análisis sobre las razones, pero nada explicado de forma oficial aún desde el Ministerio de Salud. El Dr. Guillermo Sequera cree que una de las razones es que las personas acuden muy tarde a los centros hospitalarios. Otros profesionales médicos (off the record) comentan que habría que analizar la carga viral circulante debido a que las aglomeraciones en reuniones sociales y en espacios públicos o de esparcimiento son mucho mayores que hace unos meses atrás.
Lo cierto es que, aunque en la comparación con otros países de la región podamos sentir que no estamos tan mal, el promedio de ingresos de los consumidores y por lo tanto su capacidad y deseo de consumo siguen muy deprimidos. Un retroceso en la cuarentena, en la época del año donde todos esperan aumentar sus ventas, sería muy duro.
Probablemente una actitud más “vigilante” de la Policía, como al inicio del confinamiento, pueda ayudar en algo, pero contra el hartazgo y la sensación de muchos que creen que “lo peor ya pasó”, es muy difícil.
Como me comentó una autoridad sanitaria: “Podríamos decretar el cierre de bares, restaurantes y otros sitios por unas semanas, pero creo que lo único que lograríamos es terminar de fundirlos mientras la gente seguirá farreando a escondidas en casas y departamentos”
En definitiva, ésta es una guerra cultural que no se va a ganar con decretos.
Y sin justificar a nadie, pero siendo objetivo, soportar nuestro verano subsahariano, con una gran mayoría de la población que con suerte tendrá un ventilador a mano, más los cortes de luz y agua permanentes, es algo que no se lo deseo a nadie.
Como también me dijo este médico: “Al menos acá la mayoría vive en casas y tiene un patio. Que puedan pasar mucho tiempo allí, tomando tereré bajo un árbol, nos puede ayudar bastante”
A estas alturas, parece ser que no queda mucho más en el arsenal de un ejército de doctores exhaustos que, mientras muchos terminarán arrastrados por el alcohol en las calles de Sanber, pasarán un verano más sin soñar siquiera con sus propias vacaciones.