En más de 100 años, Remanso logró consolidarse como zona de venta de pescados. Con historias de sacrificio, las vendedoras que forman parte de la permanencia de este sitio de referencia cuentan cómo lo mantienen pese a las dificultades y escasez.
Por Macarena Duarte
Desde antaño, Remanso es conocida como la zona referente en la venta de pescados. De todos los tamaños y especies, el sitio alberga una diversidad de pescados puestos desde tempranas horas para la compra o consumición; así desarrolla su día a día el barrio San Rafael, que es más conocido como Kuña Kyrey porque las personas encargadas de la venta en el lugar son, en su mayoría, mujeres.
De este modo, las primas Perla Oviedo, Raquel Bogado y Gladys Villalba cuentan cómo su propia familia fue pionera en catalogar la zona como punto de referencia en todo lo relacionado a los pescados, introduciendo de ese modo una labor que fue prevaleciendo de generación en generación. Actualmente, esa tradición corre el riesgo de perderse con el tiempo, pues aseguran que desde las propias ventas, nada es como hace años atrás.
“Hay mucha diferencia, incluso desde los precios, también contamos cada vez con menos pescados por la bajante excesiva del agua, esto sin mencionar el desvío del río Pilcomayo, lo cual hace que menos peces vengan por acá”, contó Ña Perla. No obstante, pese a esa dificultad, en total se caracterizan por ser 32 vendedoras y 217 pescadores.
Perla Oviedo
Por su parte, Raquel Bogado manifestó que la situación en general resulta complicada porque la venta ya no es la misma de antes; poseen los pescados frescos, pero estos no se venden todos los días. Como son varias, si no vienen sus clientes fijos, venden muy poco e incluso se “pelean” por los pocos clientes para que todas tengan una ganancia mínima.
Raquel Bogado
“Los precios no suben ni bajan porque la cantidad de pescado es cada vez menor. Antes estaba entre G. 20.000 y G. 25.000, pero incluso ahora nosotras llegamos a comprar los pescados a G. 50.000 para luego venderlos, pero esto resulta caro para muchos clientes”, contó.
No obstante, entre sus clientes fijos incluso puede llegar a salvar su día en ocasiones porque, en el caso de Raquel, su comprador habitual la llama para pedirle 3 surubíes, con lo cual puede hacer G. 700 mil, para pagar a su pescador y comprar su alimento diario.
Gladys Giménez, más conocida como “Ña Lalita”, reiteró que las ventas son cada vez más pequeñas; ahora solo trabajan para sus gastos diarios. “Antes vendíamos entre 80 kilos a 100 kilos de distintos pescados, pero ahora alcanzamos solo 30 kilos y hoy ni siquiera llego a los 25 kilos”, contó.
Gladys Giménez, Ña Lalita
Sin embargo, pese a las dificultades, la zona sigue siendo elegida para la compra de pescados, pues asisten personas desde Ciudad del Este, San Lorenzo, Fernando de la Mora, entre otros sitios. Los fines de semana y los feriados son mejores, a decir de las vendedoras.
En su gran mayoría son todas primas quienes se dedican a la venta en la zona, lo cual viene desde sus abuelos: Nimio Oviedo y Exaltación Torres, quienes iniciaron como pescador y vendedora, respectivamente, hasta posicionar el lugar como una zona referente.
Independientemente de la situación que lleguen a atravesar, no se dedican a la venta exclusivamente esperando un margen de ganancia significativo para ellas, sino para sobrevivir en su día a día, manteniendo también vigente una tradición familiar que data de hace más de 100 años.
Así también, más allá de ese factor laboral, en el cual sus ventas marcan un espacio de tiempo importante, también se encuentra el rol de madre, el cual debe equilibrarse con las responsabilidades cotidianas. De hecho, las primas incluso ven que un aspecto no existe sin el otro, pues la venta de pescados constituye un sostén primordial para las familias, así como la continuidad de una costumbre generacional.
LAS PREPARACIONES
Las primas coincidieron en que todo su trabajo lo elaboran desde bien temprano en la mañana, preferentemente antes de las 05:00, seleccionando los productos que les traen los pescadores, para luego limpiarlos y prepararlos en su puesto habitual, donde permanecen hasta las 18:00. Los pescadores buscan sus productos entre las 16:00 o las 17:00 para llevarlos entre las 06:00 o las 07:00.
Su día a día se engloba en una caminata de ida y vuelta, incluso en medio de la penumbra, para mantenerse presentes en sus respectivos puestos, lo cual observan con mucho sacrificio debido a todo el esfuerzo que implica la preparación previa y oferta posterior de sus productos.
“Muchos dicen que el pescado se saca como si nada y eso es mentira porque tiene su costo y al comprar nosotros tampoco llegamos a ganar muy poco; entre G. 3.000, G. 4.000, hasta G. 5.000 te llega a sobra de cada kilo y en un día no llegás a 100 kilos, como máximo te acercás a los 25 kilos”, explicó Ña Perla.
Los precios de los pescados se encuentran entre G. 50 mil el kilo, para el surubi y el dorado; G. 40 mil el kilo, para el pacú y la boga y G. 38 mil el kilo para el mandi’i. Incluso también venden puchero a G. 25 mil, pero pese a esto, los productos no son llevados de manera amplia.
Más allá de los puestos de venta, también se encuentran los comedores que son 12 en total y están distribuidos en más de dos cuadras largas en la zona. Estos también fueron cimentados por la familia y luego fueron vendidos con el paso del tiempo, a medida que poco a poco se perdía la costumbre familiar.
Tan emblemático constituye el sitio que muchos famosos fueron a almorzar en la zona, entre ellos Derlis González, Hugo Javier, Marta Bacigalupo, Lilian Ruíz, Liliana Álvarez, Óscar González Daher, entre otros.
Teniendo en cuenta la escasez y el nivel de dejadez al que se enfrentan diariamente, apuntaron de manera directa a la intendenta de Mariano Roque Alonso, Carolina Aranda, pues afirman que no reciben ninguna ayuda cuando la misma incluso se autodenominó como “Ña Piracaldo”.