Los delitos vinculados al narcotráfico lo invaden todo
La parábola de la rana y del agua hirviendo viene al caso al considerar cómo la contracultura narco ha ido apoderándose del país, su gente, sus instituciones e infiltrándose en la vida diaria al punto de que casi ni reaccionamos frente a sus golpes.
Dicen que si se arroja una rana a una olla de agua hirviendo, el animal saltará afuera por reacción refleja. Pero si la ponemos en agua fría y la vamos calentando gradualmente, el batracio se irá acostumbrando al incremento de temperatura y sólo reaccionará cuando sea demasiado tarde.
Más allá de esta imagen perturbadora queda la moraleja. ¿Somos la rana en agua hirviente o nos hemos ido adaptando a la temperatura creciente? ¿Estamos lejos de que sea demasiado tarde o ya hemos perdido la partida?
Para los memoriosos, el episodio de Parque Cue en 1990 -increíble, hace 32 años- pareció la cúspide de la acometida narco, con un avión civil caído en comiso con 343 kilos de cocaína, una cifra descomunal para esos días. Pero las raíces eran más profundas. La transición democrática tenía 19 meses y ya circulaba como pan caliente aquella edición de la revista Selecciones del Reader’s Digest de 1973 con una serie titulada Tráfico de Heroína en Iberoamérica que vinculaba a jefes militares paraguayos con las rutas de las drogas. Coincidentemente era extraditado a EE.UU. Auguste Jospeh Ricord, cabeza visible de la mafia narco marsellesa que refinaba heroína para introducirla en EE.UU. ¿Parque Cue, heroína, militares paraguayos, Ricord, Marsella, laboratorios de drogas? Todo eso pasaba hace casi 50 años. Desde entonces venimos absorbiendo golpes brutales, como el asesinato del jefe de la entonces recién creada SENAD, el general Ramón Rosa Rodríguez, hasta la generalización del sicariato actual que deja cadáveres insepultos por todo el territorio, todo el tiempo.
Una de esas prácticas hampescas es perseguir a la prensa crítica y a periodistas. En esa línea fueron asesinados Santiago Leguizamón (1991), Fausto Alcaraz (2014), Pablo Medina (2014) y Leo Veras (2020), todos episodios jamás investigados a fondo y que, en consecuencia, quedaron como una muestra más de la ineficacia o directo involucramiento de muchos agentes de la justicia en el negocio de las drogas, que ya nada tiene de submundo ni de turbio sino de delitos duros cometidos a la luz del día.