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20 de junio de 1992

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Cristian Nielsen

La Constitución cumple rozagantes 30 años de vigencia.

Sí, este año vamos a cumplir 30 años de vigencia de la constitución promulgada en 1992 y jurada por los ciudadanos convencionales el 20 de junio de ese año.

Me gustaría pensar que desde entonces, hemos avanzado mucho como República. El nuevo
contrato al que hemos atado nuestra vida ciudadana significa un cambio radical en la manera de entender la convivencia. Hemos incorporado y dado rango constitucional a una serie de principios que hasta entonces yacían olvidados o mimetizados dentro de un instrumento de sojuzgamiento de la voluntad popular impreso en la constitución de 1967. Con la de 1992 nos hemos acercado un poco más al ideal de estado de derecho conque toda sociedad sueña. Si lo hemos logrado o estamos aún en camino es, y seguirá siendo, materia de grandes debates y discusiones. De hecho, ocurre a diario en las sesiones del Congreso, en los medios de comunicación y en las ruedas de amigos.

Es natural que con frecuencia nos invada una ola de escepticismo respecto a si estamos o no mejor que antes de 1992. Nos desesperan las liviandades y el colapso moral de muchos de los políticos que viven permanentemente en modo electoral. Nos desalienta que la economía no tenga una respuesta eficiente para todos en materia de oportunidades de trabajo. Nos impacienta ver que mientras países cercanos al nuestro se incorporan de lleno a la sociedad del conocimiento y la innovación, nosotros estemos todavía dándole vueltas a las transformaciones que nos permitan entrar de lleno a este siglo XXI lleno de cambios y propuestas.
Los peros son muchos… y sin embargo, estamos mucho mejor que antes de 1992 y, sobre todo, de 1989.

EL UNICATO – Sólo quienes hayan vivido bajo un régimen de opresión pueden cuantificar lo mucho que significó romper las cadenas de la dictadura de 34 años que congeló al Paraguay bajo la doctrina de la trilogía del poder: Único líder+Partido Colorado+Fuerzas Armadas. Aunque a muchos jóvenes les suene raro, lo del “único líder” -Alfredo Stroessner, obviamente- era parte del discurso del establishment. No se concebía otra forma de iniciar un “speech” oficial u oficioso, ya fuera en el Congreso con el 70% de mayoría estronista en ambas cámaras hasta el más gris y escondido de los actos seccionaleros.

Pero camino a las elecciones de febrero de 1978, el unicato se vio en problemas legales.
Stroessner llevaba ya dos “periodos constitucionales” ganados en “elecciones limpias y
democráticas”. Pero la Constitución vigente admitía sólo dos periodos, es decir, una reelección. ¿Remedio para esta encerrona? Una “democrática” enmienda, previo llamado a una Convención Nacional Constituyente que se integró exclusivamente con convencionales del Partido Colorado, ya que la oposición con representación parlamentaria le dio la espalda a la convocatoria. El asalto al orden constitucional se concretó dejando al hasta entonces molesto artículo 173 redactado así: “El Presidente de la República será elegido en comicios generales directos que se realizarán por lo menos seis meses antes de expirar el periodo constitucional que estuviere en curso. El Presidente de la República podrá ser reelecto”. Cuantas veces se le antojara.

A partir de allí, el Paraguay consolidó su carácter de coto privado de caza para la nomenclatura que lo manejaba todo, desde el Poder Político en sus tres ramas hasta el estado del tiempo, ya que en el Paraguay de Stroessner la temperatura máxima jamás podía pasar de 34 grados centígrados.

OXIGENO PARA LA LIBERTAD – Enfrentar la “verdad oficial” era un viaje al peligro, una aventura de riesgo que cada quien corría por su propia cuenta. Los cierres y clausuras de medios, los apresamientos arbitrarios de periodistas y las expulsiones del país de actores molestos para el régimen fueron más frecuentes de lo que hoy podría imaginarse una sociedad que respira el oxigeno de la libertad como si siempre hubiera sido así. Un solo ejemplo: Echar del país a Augusto Roa Bastos sólo puede hacerlo un régimen que odie y persiga el pensamiento libre como práctica cotidiana.

La Constitución que hoy cumple 30 años se aseguró de que no sería por falta de regulaciones que las amenazas contra la libertad de expresión pudieran volver por sus fueros. Muchos la tachan de excesivamente reglamentarista al respecto, pero hay que comprender que pocas cosas odiaba más la sociedad emergente de la dictadura que la prensa y la opinión pública amordazadas y la reelección indefinida del Presidente de la República.

Es por eso que el capitulo segundo, de la libertad, consta de 37 artículos que tutelan con gran amplitud este derecho fundamental del estado republicano. Y en el articulo 229 deja bien claro que “el Presidente de la República y el Vicepresidente durarán cinco años improrrogables en el ejercicio de sus funciones, a contar desde el quince de agosto
siguiente a las elecciones. No podrán ser reelectos en ningún caso”.

En ningún caso, subraya la carta política de 1992. Durante un tiempo se habló de “facturas
políticas” que los convencionales de entonces pasaron a actores importantes reciclados del
régimen. Pero la cláusula sigue hoy viva y no hay demasiada discrepancia sobre ella.

ESTAMOS MEJOR – Con la Constitución cumpliendo los 30, el saldo es positivo. El avance
institucional es evidente aunque a veces caigamos en decepciones y desesperanzas. Es en ese preciso momento, cuando debemos ejercer el arte de la templanza y la reflexión serena. Claro que hay mucho que mejorar y avanzar. Pero ojo con ceder a la tentación de hacerlo tirando por la borda todo lo conseguido. La idea de la eterna refundación vive, solapada, en la conciencia de algunos colectivos ciudadanos que se creen llamados a romper todo y empezar de nuevo.

La dictadura duró 34 años. Fue tumbada hace 33.
Hoy, salvo mejor opinión, estamos mejor.

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.