El MOPC las construye pero no enseña a usarlas
La rotonda es la forma que adquieren las rutas o avenidas que se cruzan para facilitar el tránsito de vehículos. Pero para que este sistema funcione se necesitan varias cosas. La primera, y principal, es que haya sido construida de la forma apropiada para agilizar la circulación, no dificultarla como ocurre en muchas ocasiones. Su formato y operabilidad debe obedecer además al flujo de tráfico que se genera según el sentido de circulación y las horas de mayor flujo vehicular.
Para cumplir con ese fin, la señalización tanto horizontal -flechas y líneas en la calzada- como la vertical -cartelería sobre y a los costados de la vía- debe ser clara, no dejar dudas y prevenir al conductor mucho antes de internarse en la rotonda.
Existen reglas de vigencia universal que regulan el uso de estos auxiliares viales. Lo primero que se debe obedecer son los carteles que ordenan ceder el paso. Si lo que se planea salir por la derecha de la rotonda, hay que entrar a ella por el carril exterior. En cambio, si se va a continuar derecho después de superarla, el que gobierna la maniobra es el carril interno que guía al conductor hasta abandonar el lugar. Si el giro va a ser a la izquierda, se debe tomar el carril interior, como en cualquier giro a la izquierda. Este carril sirve también para girar 180 grados y volver por donde se vino.
Pero todas estas maniobras y demarcaciones son inútiles si el conductor entra a la rotonda a alta velocidad. La regla que gobierna todas las demás es reducir la velocidad. La norma general es no superar los 30 kilómetros por hora. La primera señal de atención debe colocarse como mínimo 500 metros antes e ir repitiéndola hasta llegar.
El tema de la señalética en las rutas es un capítulo casi desconocido en el Paraguay. La cartelería es muy primitiva y su colocación, así como el material de la que está construida, la expone demasiado a robos y actos de vandalismo.
El MOPC se jacta de la cantidad de rutas que está haciendo. Pero debería ahorrarse los autoelogios y emprender en su lugar una campaña de instrucción general sobre cómo comportarse en las rutas, para qué sirven las señales y que ningún límite se rompe sin pagar las consecuencias. La fase punitiva, que es la preferida de la caminera, sirve de poco sin una etapa previa de educación.
Aunque suene aburrido y repetitivo.