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Enseñanza, ¿era la de antes?

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Aproximación meramente descriptiva de un ex alumno mediocre

Cristian Nielsen

Entre las ventajas de ser “old fashioned” -penúltimo eufemismo para no decir viejo- es haber lidiado en la secundaria con el latín. Por un pelito no estuvo incluida raíces griegas, materia que sí enfrentaron algunos camaradas más antiguos que yo.

He sido un pésimo alumno de latín. Y no sólo eso, sino que me he copiado alevosamente en el examen final. No sé si conocer mejor el idioma de la antigua Roma me hubiera hecho mejor estudiante. Pero seguro me habría ahorrado tiempo buscando el significado de muchas palabras que, con frecuencia, me salen ahora al paso.

Tampoco he tenido mucha suerte con el castellano… Porque a nosotros se nos enseñaba -y creo que sigue así- castellano, no español que es una lengua que, con perdón de los españoles, no existe. Bueno, sí existe pero bajo la forma de castellano lingua franca, en un reino en donde la mitad de sus habitantes hablan otros idiomas (catalán, vasco, gallego, andaluz, etc.). Y paro aquí porque los lingüistas van a hacerme picadillo, que bien merecido lo tendría.

Lo que sí quiero decir es que me costaba horrores rendir castellano. Los profesores se encargaron de hacerme árida e intragable una asignatura hermosa. Porque en vez de meternos en la cabeza a martillazos términos tales como sinécdoque o sinalefa morfológica, debieron alentarnos a leer más y analizar menos, ya que el idioma no es un compuesto químico laboratorial sino un órgano vivo, en especial el castellano.

Sólo con el paso de los años se me reveló el significado de la ominosa palabra oxímoron. El poema de Juan de Dios Pesa que me hicieron leer en el tercer curso dice: “…aquí aprendemos a reír con llanto… y también a llorar con carcajadas”, palabras contradictorias puestas frente a frente para cerrar una figura retórica, dice la RAE. En mi caso, el poema no surtió efecto pero sí la genial interpretación de Dany deVito en “El renacentista”, película en la que enseña gramática a unos soldados analfabetos.

 

¿MAS O MEJOR? – Algunas corrientes de enseñanza -sobre todo la que se gesta en Japón- tienden a aliviar al estudiante de pesadas cargas curriculares. “Nada de materias de relleno” dicen los impulsores de la idea.

¿Qué es una materia de relleno? Arriesgo una: cosmografía, que se daba en el quinto curso del antiguo plan y que en mis días fue, efectivamente, algo descartable. Pese al nombre impresionante, el profe que me tocó en suerte hizo lo imposible para volverla insoportable… Y hay que ser muy bueno en eso para aburrir con un tema que el gran Carl Sagan se encargó de convertir en una aventura alucinante en su serie “Cosmos”. En cambio, tuve que aprender términos como horizonte aparente, azimut y espantos por el estilo. Ni siquiera supe, tal vez porque falté a esa clase o me dormí en el banco, que cosmografía combina la geografía y la astronomía y que el primero en escribir sobre ella fue el astrónomo, astrólogo, químico, geógrafo y matemático griego Claudio Ptolomeo, cuyos conocimientos aprovecharon los primeros navegantes transatlánticos del siglo XVI. En fin, relleno o no, “salvé” cosmografía sumido en la más negra y cosmogónica ignorancia.

Un profesor, en realidad un maestro, al que siempre agradecí su maestría en la cátedra se llamó Armando Paiva. Daba geografía de Asia, Africa y Oceanía en el CNC. Nos indicaba en el manual lo

 

que había que leer y luego, desentendiéndose de la malla curricular, se embarcaba en unas fascinantes narraciones sobre usos y costumbres de los pueblos originarios de los tres continentes. Sólo el timbrazo del fin de clase nos sacaba de aquellos microclimas creados por un gran narrador, lo que no es poco en un tiempo en que no había internet o TV por cable y ver una documental era una posibilidad en un millón.

 

LEER, LEER, LEER… — El “cambio valiente” que propugnan en la nueva educación en Japón se basa en cinco ejes. Pero voy a citar los dos que más me impresionaron.

Primero, los exégetas del nuevo orden educativo hablan de niños leyendo una página diaria del libro de su elección, aumentando el ritmo hasta leer un libro completo al cabo de una semana. Así, el joven completará su formación leyendo 52 libros por año. ¿Lo creen posible?

Pero eso no es todo. Al terminar el ciclo de enseñanza, el egresado sabrá no sólo japonés a la perfección sino también inglés, castellano, alemán, chino y árabe. Además, tendrá conocimiento solido sobre cultura y religión de todas las regiones contempladas en el plan, es decir, casi todo el planeta. Quienes se formen en ese esquema dominarán además aritmética de negocios, conocerán el orden jurídico internacional al que se sujetan las naciones y se moverán cómodamente en valores como ética, respeto a las normas de convivencia, tolerancia y respeto a la ecología y el medio ambiente.

Tal vez semejantes objetivos suenen demasiado ambiciosos, aunque tratándose de los japoneses nada es imposible. Para nosotros, no tanto. Lo que sí rescato es aquello de leer, leer y seguir leyendo, hábito que nunca fue abrazado como un valor sustantivo en una sociedad que, como la nuestra, está saltando, sin transición, del analfabetismo funcional a los cripto lenguajes del tweet y el tictoc.

Adivinen quiénes estarán mejor equipados para triunfar.

 

Equipo Periodistico
Equipo Periodistico
Equipo de Periodistas del Diario El Independiente. Expertos en Historias urbanas. Yeruti Salcedo, John Walter Ferrari, Víctor Ortiz.

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22-11-24