Cristian Nielsen
Lo hace cada determinada cantidad de años, mudando su tamaño, su fisonomía, su demografía, su perfil urbanístico o su calidad de vida. Algunos cambios tardan siglos pero otros se producen en el limitado transcurso de una vida humana.
Para quienes peinamos canas, algunas cosas se han ido casi sin darnos cuenta. Comenzaré con dos que eran comunes en los 50’ y principios de los ’60 y que conservo en un nebuloso recoveco de la memoria: la llegada (y sobre todo la partida) del Hidro de Aerolíneas Argentinas y el tren.
El Hidro era un avión anfibio que hacía la ruta Asunción-Buenos Aires transportando hasta 45 pasajeros y que atronaba el ambiente con sus cuatro motores a máximo régimen, levantando cortinas de espuma en su carrera de despegue sobre el río Paraguay.
El tren, en cambio, era menos aparatoso y transportaba más personas, la mayoría procedente del interior aunque también había convoyes que traían viajeros desde Argentina. La gente bajaba en la estación y luego, como en un rito recomendado por conocedores, se sacaba una foto en blanco y negro con alguno de los fotógrafos de la Plaza Uruguaya. Si era el caso, abordaba el tranvía rumbo a algún barrio de la periferia. Todo eso ya es historia.
BURRERAS Y MOSTO HELADO – Si la burrerita de Ypacaraí -cantada por Felix Perez Cardozo y Antonio Ortiz Mayans- resucitara, le sería imposible iniciar al alba su marcha hacia el mercado llevando mba´e repy. El tránsito endemoniado, los semáforos, los autos estacionados y los comerciantes ocupando veredas se lo impedirían. Tal vez el beneficiado sería el burro que, portando aún su mercancía de naranjas, mandioca o menudencias, hallaría bastante que comer hurgando en los abundantes basureros de los alrededores de los mercados. Pero hubo un tiempo en que este medio de locomoción y de comercio se movía a sus anchas en las calles de la ciudad. Los tachos llenos de leche recién ordeñada asomaban de las árganas del jumento mientras la burrera voceaba “¡Leche, marchante!”, épocas en que una feliz ignorancia pasaba por alto cosas como la fiebre aftosa o la brucelosis.
También ha desaparecido, o refugiado en unos pocos enclaves, la costumbre del mosto helado. Hubo un tiempo en que al centro de la ciudad llegaban los carritos con su cargamento de caña de azúcar pelada y su trapiche para molerla. El jugo resultante, mezclado con hielo y agua, daba como resultado un “mosto helado” de gran demanda popular, especialmente durante los picos de temperatura del verano. El bagazo o caña exprimida, era guardado por su alto valor alimenticio, sobre todo para quienes tuvieran vacas lecheras.
EL CINE TERRAZA Y LA FONOPLATEA – En la era de Netflix y de las pantallas hogareñas gigantes, el concepto de cine-terraza sería incomprensible para el consumidor de productos cinematográficos de este tiempo. No había muchos pero se llenaban con frecuencia, en especial el jueves, día de estreno.
El más famoso de todos era “terraza Granados”. En realidad, era un patio dotado de asientos de plaza y la proyección se hacía sobre una pantalla instalada hacia la calle Estrella. Si la película venía en Cinemascope, parte del cuadro desbordaba la tela e iluminaba el bar que estaba al otro lado de la calle. Ni hablar si algún tranvía fuera de horario pasaba por el lugar traqueteando o los colectivos regulaban sus motores en la esquina mientras levantaba pasajeros. Así que por momentos, era imposible seguir los diálogos. Y ese era, como quien dice, un cine terraza VIP. Después estaban los de los barrios, como el Pettirossi, el España, el Lumiton y otros que fueron desapareciendo lentamente, asesinados al aparecer en escena la televisión.
También fueron desapareciendo las “fonoplateas” que un tiempo hicieron furor porque era una de las pocas formas de ver y escuchar gratis a artistas famosos. Radio Paraguay y Radio Caritas poseían dos de las más conocidas. Los locutores anunciaban, con tono engolado y majestuoso, que tal o cual cantante estaría “engalanando la fonoplatea de nuestra radio”, etc. Es decir, cantaría en vivo algunos temas como parte de su contrato y para hacer “click” con sus fans, como se diría hoy.
Estas incursiones de celebridades solían completarse con un show en un escenario desaparecido hace muchos años y que era parte de la rutina de espectáculos de la Asunción de ayer: el Estadio Comuneros, que estaba ubicado en la hoy Plaza Comuneros. Allí cantaron, por ejemplo, The Platters, castellanizados como Los Plateros y su primera voz Tony Williams que hizo delirar al público con su interpretación de “Only you” o “Pretender”. Lo hicieron también Los Cinco Latinos, quienes habían adoptado tanto el formato como el repertorio del quinteto norteamericano.
Como la radio, los representantes que traían estos shows y los vendedores de discos trabajaban en sociedad, la venida de artistas famosos era precedida por un constante bombardeo radial de sus temas más célebres.
Todo lo relatado es parte de una Asunción que ya no está. ¿Mejor o peor que la de hoy? Nada de eso, simplemente, diferente.