Hagamos de cuenta que estamos en el patio de colegio y un alumno mete la pata, alguien en las gradas lo descubre haciendo trampa, otra vez.
Este alumno, de no muchas luces, actitud avivada y de única función ser el hazmerreír de la promoción, necesita de una buena excusa para que no lo expulsen del equipo.
Tiene en su contra el antecedente de que ya se lo quiso amonestar por la misma razón, no pertenece al grupo de los populares y el público tampoco lo quiere en la cancha. Al equipo se lo ve molesto porque su compañero no aprendió la lección, si estás cometiendo los mismos errores, no estás aprendiendo. El lado bueno, es que el equipo tiene una segunda oportunidad para echarlo y así, lograr que deje de ser una molestia en los partidos. Entre todos, decidieron cuestionarlo por sus acciones y siguiendo el manual de juego, llamaron a un encuentro urgente para no extender la situación.
Cada compañero hizo su descargo, se le permitió al alumno defenderse y, finalmente, decidieron iniciar una votación a favor o en contra de su destitución.
El resultado, por más cantado que parecía, no dejó de sorprender. Uno a uno cada alumno votaba en voz alta su decisión. En total, 61 votos lo condenaron y un solitario voto estuvo a su favor, el suyo. Hasta los que se suponían debían ser sus amigos lo dejaron solo, nunca logró afianzar una amistad.
El alumno, no aprovechó su oportunidad de aprendizaje y todos entendieron que no era una cuestión de error o ignorancia lo que hizo, sino que fue una elección.
Moraleja: Confianza y vida, solo una vez perdida.
Si todo esto fuera real, encajaría perfecto en Carlos Portillo y la Cámara de Diputados.