Un par de semanas atrás, Argentina estuvo una semana sin ministro de Justicia. Las razones no deben importarnos, que ya tenemos nuestros propios traumas. Pero son interesantes las circunstancias, ya que parece que por un “quítame allá esas pajas” -como decían los antiguos habitantes de Castilla- entre el Presidente y la Vicepresidenta, la cartera estuvo vacante durante siete días con sus noches. En medio de un vendaval de rumores y teorías conspiraticias, alguien de pronto hizo una observación cantada. “Oigan, una semana sin ministro y no pasó nada. ¿Será que hace falta?”. Claro que muy pronto el horror a vacío funcionó y el cargo fue rellenado… pero eso ya es otro asunto.
Nosotros llevamos 18 días sin Presidente de la República a la vista -por lo menos hasta el momento en que este editorial estaba siendo redactado- y tampoco pasa nada. O, poniendo el tema en positivo, han dejado de pasar cosas que, se supone, debieron haber sucedido a lo largo de estas dos semanas y media. Algunas ocurrieron, cobraron entidad pública y fueron oficialmente puestas en funcionamiento, como la planta de tratamiento de aguas negras de Varadero, sin la presencia del Presidente, ausente sin aviso. Como decía ayer Benjamín Fernández, es la obra sanitaria más trascendente desde la fundación de Asunción hace 484 años. No hay muchas obras de ese significado para cortarles la cinta simbólica, algo que aman los Presidentes. ¿Dónde se metió Marito, que suele inaugurar empedrados y letrinas en los más apartados confines de la República? Después de vencerlo en el campo de batalla, Oliverio Cromwell fue a buscar a Carlos I Estuardo para ofrecerle un armisticio a cambio de la fundación de una monarquía parlamentaria. “Inglaterra no puede existir sin un rey” dijo el Lord Protector, anuncio del que luego se desdijo al cortarle la cabeza al monarca y avanzar con la República.
El Paraguay no puede existir sin un Presidente de la República. El vacío de poder no dura mucho, porque tiende a ser llenado, a veces de cualquier forma. Ya lo hemos comprobado con Stroessner, luego con Cubas y mas adelante con Lugo. Dejar el Palacio de López sin inquilino es muy parecido al síndrome del padre ausente, caracterizado por la desconfianza en la clase política y generando una incertidumbre que hoy agobia al país.