Hay que hacer un enorme esfuerzo de imaginación para pensar cómo y cuándo vamos a cambiar nuestros hábitos como sociedad atravesada por la deshonestidad, el “así nomás” y el “ya da ya”, y entrar a una era de mayor respeto por lo ajeno, sobre todo cuando es de propiedad pública. El jueves pasado tuvimos un verdadero baño infeccioso de lo peor del ser humano puesto a cuidar cosas que no le pertenecen.
El Presidente del IPS reconoció, en una especie de grave audiencia pública flanqueado por su guardia de corps administrativa, que el robo hormiga de remedios es un hecho en la institución y que sus sabuesos habían encontrado especialidades farmacológicas con sello del IPS vendidas en las farmacias de los alrededores. ¿Hacía falta tanta prosopopeya para difundir algo que hasta los gatos del IPS saben? El robo de medicamentos en instituciones del Estado es un clásico. Se lo practica con método, dedicación y amplitud desde siempre. Lo hace el personal del instituto, al igual que en todo el universo del MSPyBS, gente que milita en esa categoría que el sabio Bartomeu Meliá definió como “miembros de una sociedad de cazadores y recolectores” que aún no salieron de la edad de piedra y que se apropian de cuanto caiga en sus manos.
Esa condición primaria la exhiben con total impudicia no sólo los funcionarios del IPS y del Ministerio de Salud sino toda la ralea jurásica de la política. El jefazo del IPS, en otro alarde de “conocimiento profundo” de la realidad, informó que gruesos capitostes del partido de gobierno lo apuran con exigencias de financiación de campaña, usando por supuesto fondos jubilatorios. No dijo nada nuevo, apenas un recalentado express de una vieja práctica institucional.
Por ahí anda una enfermera del INERAM haciendo proselitismo pro concejalía municipal repartiendo blisters con remedios cual cura regalando estampitas de la Virgen. Si los asuncenos cometen la imbecilidad de votarla, no vengan luego con quejas y pidiendo “que se vayan todos”, un latiguillo copiado –como nos gusta hacer- de la política argentina en rigor mortis.
Extirpar esta colonia de depredadores adherida al tesoro público como un tumor maligno es una misión que provoca ansiedad e incertidumbre. Nada permite asegurar que lo que venga no sea peor que lo que ya está.
Pedir un milagro es lo único que nos queda.