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El círculo irrompible

El golpe del 2 y 3 de febrero ocurrió hace 32 años pero estamos casi en el mismo punto de partida. Stroessner fue derrocado y ya murió pero su herencia maldita nos gobierna. De las ideas liberales y republicanas que nos dieron la fantástica Constitución del 92 pasamos a hordas de fachos semianalfabetos ocupando espacios en concejalías o en el Congreso. El rebranding del «Paz y Progreso» es el mussoliniesco «Dios, Patria y Familia»
Esta apelación constante a un ser superior, a las virtudes de la patria y nuestra «raza» así como a las familias es el ruido distractor para intentar camuflar la única intención que tienen: seguir en el poder como sea para poder robar o hacer negocios con el Estado.
El propio presidente actual de la nación no condena a nuestro exdictador, sino que inclusive halaga algunos aspectos de su gobierno. Además, la violencia simbólica de que el partido de gobierno jamás haya pedido perdón por las aberrantes violaciones a los derechos humanos y siga considerando a «Tembelo» como un presidente más de los que tuvimos, es injustificable y vergonzante para el país.
La herencia más nefasta de ese periodo oscuro es nuestro atraso educativo y la corrupción como forma normalizada de convivencia. Desde el que acumula millones de dólares en licitaciones dirigidas hasta el que coimea a un oficial de la Caminera, gran parte del país sufre las consecuencias de sus propias acciones.
Hoy, a más de tres décadas de que rompimos algunas cadenas, tenemos otras que nos lastiman. Son menos visibles pero igual de peligrosas. El sometimiento de la justicia a una sola persona, que es la cabeza de un sistema mafioso, es la forma de decadencia más humillante de una república.
Vivimos el mismo calvario que atravesó Colombia en los 80s. La diferencia es que en ese país gran parte de la clase política y, sobre todo, su Corte Suprema, jamás se arrodilló ante Pablo Escobar y aunque pagaron con vidas y dolor, lucharon contra él hasta ganarle.
Paraguay está en un momento clave de su historia: o las élites económica y política deciden sacarse de encima al tumor maligno que infecta todo desde hace algunos años o acepta convivir con sus delirios napoleónicos en un doloroso descenso hacia un país cada vez más hostil, impredecible y poco confiable.
En la trilogía gobierno, partido y fuerzas armadas de la dictadura, el ejército fue la pata que más se institucionalizó, pero cedió ese lugar a la iglesia. La misma que se le plantó a Stroessner en las horas más oscuras y hoy besa las manos de los caciques que con plata sucia nos tienen encerrados en la angustia del círculo irrompible.
Juan Torres
Juan Torres
Periodista. Lucho con ideas por un país próspero, moderno y de iguales.

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