Caños rotos, baches producto del constante rezumado de agua servida, válvulas que pierden desde hace meses y que forman lagunas, géiseres que estallan en grandes avenidas cuando menos se lo espera…
¿Zona de guerra, campos de tiro, áreas bombardeadas? No, simplemente Asunción y el conurbano mostrando la cara más miserable de la gran mancha urbana compuesta por servicios públicos precarios e infraestructura urbana que no desentonaría para nada en las antiguas villas medioevales.
El país, sobre todo en los conglomerados urbanos, ha quedado expuesto en todas sus precariedades a partir de la pandemia que se ceba en hacinamientos y lugares carentes de servicios básicos. La clase dirigente, por llamarla de alguna manera, parece que estuviera esperando que la epidemia del virus chino pase para seguir en la misma parálisis e indiferencia hacia los factores que exacerbaban cualquier enfermedad con potencial epidémico grave.
Por ejemplo, hace décadas que el dengue se lleva su cuota de victimas cada año. Y sin embargo no se ha tomado en serio las recomendaciones básicas de eliminar baldíos, depósitos de agua producto de drenajes inexistentes o deficientes y de imponer, si es necesario por la fuerza de multas confiscatorias, una nueva rutina higiénica a la población.
Si, claro, también de campañas de “concientización”, de las que ha habido por decenas, incluso con financiación privada. Y ahí estamos, más infectados que nunca.
Ya sabemos que el desmadre medioambiental en las ciudades es un clásico de la queja ciudadana. Y no es para menos. Administración tras administración, tanto el Gobierno central como los municipales muestran su incapacidad para dar la gran revolución que se necesita, sobre todo, en el gran conurbano asunceno para construir desagües pluviales y cloacales masivos, tratar las aguas negras antes de descargarlas en el rio Paraguay y procesar los desperdicios sólidos como corresponde a una gran capital nacional.
Pero no, ahí vamos, periodo tras periodo, elección tras elección, como topos ciegos tropezando una y otra vez con la misma pared, con las mismas autolimitaciones impuestas por una política corta de miras, enviciada con el poder e indiferente a las necesidades básicas de 7 millones de paraguayos.
No es una reflexión alentadora para empezar el año.
Pero es lo que hay.